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entes simbólicos del sujeto popular-interétnico deseado, el cual
se sueña mediante la poesía y la imaginería surrealistas como –
así argumentaremos adelante– el futuro sujeto nacional de un
país y un continente democratizados no solo en lo político y lo
económico, sino también en lo étnico y lo cultural.
Curas, sacristanes, diablos diversos, personajes de leyenda, héroes
y antihéroes en el vértice de la hibridación y no de la polaridad,
negocian sus espacios e identidades de las maneras más disímiles
y, casi siempre, abismales:
Pero un fósforo, una candela verde encendida y dos medios vasos
de aguardiente, apurados de tesón, sin parpadear, sin respirar,
calmaron a los contendientes internos y externos, al indio y al
sacristán, a Candanga y a Cashtoc, el del collar de las mazorcas
coloradas, color de sangre de mujer alunada. (p. 203)
Los contendientes, las polaridades, se calman en el espacio de
negociación mediado por la mercancía, por el consumo, por
la irrupción del fetichismo de la mercancía en el ámbito del
fetichismo de los objetos-trabajo del campesinado. También
la hibridación de relaciones capitalistas y precapitalistas de
producción, que caracteriza a Guatemala y a gran parte de
América Latina, queda aquí ilustrado como un espacio de
conflicto disglósico que necesita ser democratizado, y de cuya
problemática no escapa, ni mucho menos, la relación entre
hombres y mujeres, machos y hembras:
–¡Esta es mi hora de cielo –exclama ella, feliz–, mi extraña hora
de cielo! –sin importarle la atmósfera quebrada por la proximidad
del gusano eclipse. La perdió la presencia de Yumí. Nunca debió
emplearla el diablo del Cielo (¿por qué lo haría?) para enfrentarla
(¿la luz apartada, a medianoche el eclipse?), para enfrentarla
con su ma... (deshizo la palabra) maldoblestar... eso era Yumí, su
maldoblestar, su doble para no estar bien... (pp. 209-210)