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Echando mano de un barroquismo paroxístico, Asturias hace 
aparecer y desaparecer diablos de todos los orígenes y todos 
los destinos en este carnaval en el que la transfiguración y no 
el binarismo étnico-cultural es la norma, cuestión que queda 
coloridamente ilustrada en las interrelaciones entre Candanga, 
diablo cristiano y ladino, y Cashtoc, diablo pagano e indígena, 
quien se transfigura también en Maximón, deidad esencialmente 
transfiguradora y disglósica

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...y que por eso se oye como que abrieran grietas iguales o más 
profundas que aquellas que abría el terrible diablo indígena 
Cashtoc, hoy retirado de aquí, pero haciendo de las  suyas en 
otras poblaciones, durante la cuaresma, con el muñeco llamado 
Mashimoón. (...)

—¡Reto –continuó con gestos y ademanes de poseso– a los 
chimanes, a los brujos, a los hechiceros de Tierrapaulita, dicen 
que los hay grandes, y a Candanga, ese demonio mestizo, mezcla 
de español e indio en su encarnación humana! ¡Aquí me tienen 
dispuesto a darles batalla en cualquier terreno, a ese Maldito Ángel 
Enemistoso, a sus seguidores, y a los que aún ofician al servicio 
de Cashtoc, diablo que jamás habló, reverso de este parlante de 
feria, buhonero de la mercancía más fácil de vender, la mercancía 
sexual que anunciada en la envoltura del grito pavor, se convierte 
en algo más excitante...” (pp. 188-189)

El hecho de que Cashtoc aparezca como el reverso de Candanga, 
aquel silencioso y este parlanchín, constituye una entre muchas 
de las inequívocas metáforas de la interetnicidad guatemalteca 

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 Prieto (pp. 170-71) propone un primer movimiento (como en una sinfonía) de inicio, con 

el pacto de Yumí el diablo; un segundo movimiento en el que Yumí y su mujer luchan por 
convertirse en brujos; un tercer movimiento en el que el diablo-Mulata toma la iniciativa 
arrebatada a los humanos; un cuarto movimiento de luchas interpenetradoras entre los 
personajes; y un quinto movimiento final que implica una dialéctica de destrucción-
renovación individual y social.