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la ladinidad de una manera a veces natural, a veces conflictiva,
a veces con orgullo y a veces con sentimiento de marginalidad,
pero en todos los casos se asumen siempre como propias.
Asturias, como buen ladino, no pudo actuar de otra manera, solo
que para asumir y, sobre todo, desarrollar su disglosia cultural
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en el plano de la literatura, tuvo que inventar los códigos de esa
“migrancia” discursiva
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puesto que no existían como síntesis
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“Ladino. Significa en castellano antiguo ‘el que hablaba alguna lengua extraña, además
de la propia;’ y de ahí vino que diese el nombre de ladino al indio que hablaba el español,
y que tenía ya las costumbres de la raza conquistadora. Hoy se llaman ladinos los nativos
de estos países que hablan castellano y que no tienen el traje ni las costumbres de los
indios. Ladino, en otra acepción castiza, vale taimado, astuto, sagaz. Véase Aladinado”
(Batres, Jáuregui, 357). “Aladinado. Se llama por acá al indio que se está volviendo LADINO.
Esta palabra (además de significar astuto, taimado, en sentido metafórico) significaba en
castellano antiguo ‘el romance ó lengua nueva;’ y de ahí vino que se llamaran ladinos, en
buen español, los que hablaban alguna ó algunas lenguas además de la propia, lo cual
motivó que á los indios que hablaban ladino (ó como ellos dicen CASTILLA) les llamaran
ladinos. Hoy se ha extendido la significación de tal nombre á todos los de estos países que
no son indios, ó que, á pesar de serlo, no conservan su primitivo idioma y sus costumbres.
En este sentido se puede decir que es provincial la palabra LADINO; y es la acepción que
se le da en los cuadros estadísticos del movimiento de nuestra población, en los cuales se
habla á cada paso de indios y ladinos. En la curiosa obra ‘Orígenes del Lenguaje Criollo,’ se
dice: que al indio instruido y trabajador se le llamó LADINO, esto es latino, como si la ciencia
que había adquirido fuese ciencia de universidad; y al que no aprendía, ó continuaba
voluntariamente en el estado salvaje, se le llamaba chontal, ó sea tosco y grosero. Del
mismo modo que á los castellanos que llevaban algunos años de residencia en las Indias se
les llamaba baqueanos, porque sabían baquear, ó navegar con la corriente, cualquiera que
fuera el viento, en el revuelto mar de aquellas aventuras; mientras que al recién llegado
se le saludaba con el dictado de chapetón, correspondiente en España á todo aprendiz de
oficio. Y así, á los desaciertos de éstos, como á la ligera indisposición que sentían después
del desembarco, en aquellos felices tiempos en que no había vómito negro, se llamaba
chapetonada”. Antonio Batres Jáuregui. Vicios del lenguaje y provincialismos de Guatemala.
Guatemala: Encuadernación y Tipografía Nacional, 1892: 81-92.
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En países interculturales, la capacidad de manejar dos códigos simbólicos es potestad
tanto de los grupos hegemónicos como de los subalternos, por lo que existen formas
clasistamente determinadas de ejercer la disglosia cultural. Por ejemplo, es obvio que esta
no se ejerce de igual manera en el discurso de Asturias y en el de Menchú. A propósito, ver
Mario Roberto Morales. La articulación de las diferencias. Guatemala: Flacso, 1999, capítulo
2. Sobre la noción “disglosia cultural”, ver Martin Lienhard. “Of Mestizajes, Heterogeneities,
Hybridisms and Other Chimeras: On the Macroprocesses of Cultural Interaction in Latin
America.” Journal of Latin American Studies, vol. 6, (2), 1997.