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una fisura insalvable– le permitiese remontar la crisis identitaria 
mestiza sin negarla y, por el contrario, partir de ella asumiéndola 
como necesario punto de arranque y de llegada. Por ello asumió 
también la tradición europea como una parte fundamental de su 
identidad ladina y la hizo jugar un básico papel estructurador de 
su discurso, tal como ya ocurría (y sigue ocurriendo) en el ámbito 
de la cultura cotidiana de la ladinidad.

No hay que olvidar que los primeros ladinos fueron indios, como 
se desprende de las explicaciones de Batres Jáuregui. Después, 
la diferenciación se fue haciendo más frontal hasta el extremo 
de constituir una identidad construida a partir de la negación 
de la indianidad como economía campesina, trabajo agrícola 
servil y asalariado y cultura campesina, por parte de un sujeto 
resuelto a escalar la pirámide social y lograr importantes cuotas 
de hegemonía, primero en la sociedad colonial y, después, en la 
sociedad republicana. Por todo lo dicho, es necesario matizar la 
percepción según la cual los ladinos guatemaltecos abjuran de su 
ancestro indígena; abjuran, sí, de que se los confunda con indígenas 
o indios, es decir, con una polaridad binaria; pero su pasado 
ancestral y su mestizaje, los cuales incluyen necesariamente el 
componente indígena, es generalmente asumido por la ladinidad 
aunque a veces lo asuma conflictivamente.

En todo caso, esto es algo distinto a la abjuración total del 
componente indígena y tiene que ver con la diferenciación 
étnica que ha estructurado culturalmente a Guatemala desde 
su surgimiento a la historia, primero como colonia de España 
y, después, como país mestizo, lo que a su vez determina que 
los indígenas profesen similares actitudes de diferenciación 
étnica binaria. Así, las tradiciones culturales precolombinas que, 
mestizadas e hibridizadas, estructuran conductas y mentalidades 
guatemaltecas, tanto como la certeza de que los guatemaltecos 
descienden de indígenas y españoles, se asumen por parte de