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los personajes. Ni siquiera el amor es presentado como instancia
salvífica, ya que las relaciones están predeterminadas por factores
básicamente económicos o de inmovilismo social, aunque se
enmascaren de destino o fatalidad.
Una Pasión y Muerte individual que se desarrolla en un espacio
como fuera del tiempo: “Barrio de todos y de nadie”, perforado por
el tañido fúnebre premonitorio que se repite intermitente y sobre
todo, sin futuro. Los personajes atrapados en sus propias redes
y las de los otros, se paralizan dentro de una sociedad atrofiada
por la ignorancia y los prejuicios. En el mejor de los casos, están
aprisionados en su propio sepulcro de comodidades.
El motivo de Judas podría interpretarse no solo como generador
de un personaje conflictivo en la novela –Ricardo– sino también
como la mala conciencia que existe de manera más o menos
perfilada en todos los demás personajes protagonistas. Judas se
yergue como figura emblemática de una generación traicionada
–o que en algunos casos se dejó traicionar– por su compromiso
rehuido.
Como en toda la obra de Asturias, en esta el lenguaje juega un
papel protagónico. Cardoza señala este aspecto como dominante
sobre los demás en la elaboración de su narrativa, forjada con
milagrerías realizadas con la palabra:
"…palabras que mezclan la cotidianidad con lo extraordinario, en
situaciones y sucedidos en los cuales es protagonista el lenguaje que
parece manar de la memoria mítica." [Cardoza y Aragón, 1991: 43].
Una lectura apresurada tendería a detenerse en la parte más
aparente y acaso más atractiva de la novela: las peripecias de la
juventud universitaria guatemalteca en los inicios de la década de
los veinte. Sin embargo, no es propiamente el testimonio, el elogio
o inclusive la reconstrucción histórica la parte más significativa,
sino, paradójicamente, la visión crítica, angustiosa de y sobre