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era su hombre. Mejor que no fuera su marido, sino su hombre.
Lucía más con una hembra tan hembra y tan preciosa. Su cara
trigueña con dos ojos dormidos, negros helados. Sí, mejor que no
fuera su marido. El marido es más respeto, pero es menos como
macho. En cambio, la que tiene su hombre, lo tiene todo." [p. 21].
La anterior cavilación de Cleotilde Moreno pasa de la expresión
directa en primera persona –“Lo sé, lo sé…”– a la expresión
indirecta en tercera persona, que expresa su manera de pensar
frente a la situación particular de la Cobriza: si está casada o no;
hasta llegar a una reflexión más general: si conviene más a una
mujer el marido o el “hombre”.
La pluralidad de registros reflejará los puntos de vista
contradictorios que se enfrentan en la novela y que marcarán la
convivencia marcada por “zonas lingüísticas”, con las inevitables
contaminaciones del lenguaje popular que logra infiltrarse hasta
los centros más altos. El tratamiento lingüístico que Asturias
elabora de las hablas urbanas guatemaltecas de la época
ciertamente delimita las clases sociales y marca su diferencia.
Piénsese, por ejemplo en la vergüenza de Simoneta y Ricardo
por la dicción de sus padres y de su empleada, reveladora de
su modesta extracción social. O el cursi afrancesamiento que
Asturias señala en el habla del finquero. Sin embargo, cuando
uno de los miembros de determinada clase utiliza habla ajena,
se siente postiza. Por otro lado, en momentos de desinhibición
social, hasta las exquisitas señoritas Montemayor utilizan giros y
vocablos populacheros.
Asturias recrea y fija vigorosamente el lenguaje vernáculo sin
caer en un costumbrismo ramplón o acartonado. El lenguaje
en sus manos adquiere una sugestiva plasticidad en todos sus
niveles y posibilidades. Por ejemplo, elabora juegos de sonido
y sentido constantemente: “cruz” y “grama” –“crucigrama”–;
“mortadela” y “vidadela”, juegos onomatopéyicos, como el
tañido fúnebre en “an”: “Cal y llan to. Cal y llan to”. En la sintaxis es