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amargo a la denuncia, dentro del clima simultáneamente jocoso y 
luctuoso de la novela.

Durante la última semana de cuaresma, el jueves, Ricardo de 
manera similar a Judas consuma la traición. El viernes, al final del 
desfile (especie de via crusis pagano) se confiesa con Pan, autor 
de la figura suplantada por Ricardo. El sábado, víctima de una 
borrachera en lugar de purificarse cae en el ambiente alucinado 
y degradado del manicomio. El domingo no resucita, sino que 
duerme bajo el efecto de calmantes.

Entre el jueves y el viernes santo, se efectúa la “última cena” de 
Ricardo en el señorial comedor de los Montemayor y Gual. Hasta 
aquí las similitudes. Mientras que el tío Ramón obliga al joven 
a ingerir de manera pantagruélica y repulsiva, la cena de los 
apóstoles se caracteriza por su carácter sacro y comunitario. El 
Sábado Santo Ricardo se venga y “purifica” quemando la efigie 
del finquero.

De similar manera, el pueblo airea su cólera quemando y 
despedazando ése y otros judas. Finalmente el efervescente 
espontaneísmo popular cobra su víctima en el Agente 326, 
siendo reprimido por las fuerzas de seguridad. El Domingo de 
Resurrección la ciudad amanece no bajo el signo de la nueva vida, 
sino el de la muerte, ya que un inocente ha sido apresado para ser 
fusilado: Manicio Mansilla en lugar del Mulato Agradable.

La muerte también alcanza niveles simbólicos al renunciar los 
personajes a forjar su propio destino. El final de la obra es ambiguo: 
no se esclarece si Ricardo en un arranque de dignidad renuncia 
a la sólida posición de abogado que ha empezado a consolidar, 
o si por el contrario, aceptará el ofrecimiento de su padre para 
marcharse del país hacia Liverpool. En ambos casos, sin embargo, 
se trata de una claudicación.