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personajes de alguna manera son comparsas tragicómicas aun en
los momentos de crisis, como por ejemplo en el absurdo asesinato
del inofensivo borrachín a manos del Agente 326. Paradójicamente
el pueblo guatemalteco debe valerse del disfraz y la máscara para
desenmascarar a sus opresores.
El elemento religioso se filtra en la novela a través de los elementos
que signan la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, según lo
conmemora tradicionalmente la Iglesia católica en el período que
abarca la narración. Sin perder la suntuosidad de las celebraciones
que han caracterizado a la Semana Santa guatemalteca –
comparada por muchos con la de Sevilla– en la actualidad la Iglesia
se ha renovado internamente y pone el énfasis en la Resurrección.
Sin embargo, el hondo arraigo popular por un clima de austeridad
y luto, en donde los estratos populares se reconocen a sí mismos
en el ámbito de la memoria e imaginario colectivo en la pasión y
muerte de Cristo, ha conducido a solemnizar el aspecto fúnebre
a través de signos del espectáculo: trajes (túnicas de penitentes),
música (marchas fúnebres), palabras (rezos), escenografía (andas
y procesiones), etcétera.
El clima religioso que se respira en la obra procede de la más
rancia tradición católica, eminentemente formal y represiva,
contrariamente al nuevo enfoque posconciliar. El catolicismo que
profesan fervorosamente los personajes de Viernes de Dolores
es de índole fetichista (piénsese en el irónico episodio sobre la
superchería de “Los pantalones de San Antonio”), sentimental
e individualista: se busca la salvación individual y no con y por
los otros. Históricamente ése fue el tipo de catolicismo que privó
en la formación religiosa de Asturias y que dejó en él honda
huella, conviviendo con las ideas liberales sembradas por su
padre y la escuela. Este fenómeno fue bastante común a muchos
universitarios de esa época y explica la postura contradictoria de
algunos de ellos en su vida pública posterior.