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Revista Eutopía, año 3, núm. 5, enero-junio 2018, pp. 131-149, ISSN 2617-037X

la violencia, tanto como un proceso fundacional, así como uno re-creador 
y conservador de la legitimidad, a partir de la contingencia del discurso. 

En otras palabras, se puede decir que sí interesa hacer una lectura de Walter 
Benjamin, pero de la mano de Jacques Derrida y Michel Foucault. En el 
sentido meramente derridiano, es importante demarcar que la omisión de 
una reflexión naturalista sobre la violencia se relaciona a lo propuesto arriba 
sobre las acciones performativas. Por un lado, es fundamental retomar que 
todo concepto de violencia existe únicamente en el orden simbólico y, en 
consecuencia, las reflexiones sobre su legitimación derivan en la creación 
de un régimen de descodificación y recodificación de la realidad, tanto de 
aquellos que la legitiman y la ejercen, como de aquellos que la padecen. 
La legitimación de la violencia, en estos términos, es pues, un proceso de 
codificación no solo del positivismo y el derecho de gentes, sino de todo 
aquello que se ubica más allá del régimen de lo humano y que usualmente 
se califica como natural. 

En un contexto neoliberal y posgenocida como el nuestro, es fundamental 
fisurar la doxa y problematizar el acento de naturalidad, que se le da a 
ideas como que la justicia está dada por «fines naturales» que subyacen a 
la aplicación de la violencia de Estado, o que su legitimidad se construye 
a partir de la mera iterabilidad de los procedimientos que anteceden 
a su aplicación. Hay algo más que antecede: ambas, legalidad y justicia, 
pertenecen a un universo performativo que conlleva ya una praxis iterativa 
de lo que Foucault llama discurso. Es decir, el discurso no solo es una 
modalidad enunciativa específica perteneciente a la retórica o la oratoria, 
sino una práctica de reordenamiento de la realidad que se multiplica y 
disemina en los actos de habla, los regímenes normativos, los dispositivos 
de poder (los textos constitucionales). El discurso opera, pues, como el 
ordenamiento de una serie de estrategias, que tienen por objetivo redefinir 
lo que se nombra y cómo se nombra; lo que se ve y cómo se ve; las reglas 
del juego, los jugadores y sus posiciones. El discurso ordena, dota de 
legitimidad al régimen de signos, enunciaciones y acciones, que constituyen 
los elementos tanto fundacionales como conservadores del poder en todas 
sus dimensiones, incluyendo las estrategias de la violencia.