50

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NIVERSIDAD

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AFAEL

 L

ANDÍVAR

V

ICERRECTORÍA

 

DE

 I

NVESTIGACIÓN

 

Y

 P

ROYECCIÓN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

venda todo. Pero, ¿cómo entender esta disparidad o incongruencia? Lo 
que el entrevistado de Falla parece sugerir es que cuando una secuencia 
de cualidades y eventos ordinarios no se corresponden con sus resultados 
esperados –o con la explicación convencional de los mismos–, entonces se 
habla de «suerte». 

En este sentido, podría decirse que «suerte» es otro nombre que se le 
da a las puras contingencias del acto de vender; sin embargo, esto no da 
respuesta al hecho de que unos se «enojan» y otros se ponen «tristes». En 
esta línea, las contingencias tampoco explicarían porqué la envidia puede 
aparecer y hacerse sentir. Y no lo hace, porque la pregunta que parece estar 
implícita en la noción de «suerte» es: ¿por qué no fui yo el que vendió hoy, 
sino otro? Eso que me pasa a mí a pesar de mis cualidades, eso que obtuvo 
otro en mi lugar, eso que ocurre inesperadamente cuando el curso de los 
hechos debió ser distinto, eso es «suerte» (o su opuesto). 

Esta pregunta por la singularidad del evento y los afectos asociados al 
mismo, Falla no los elabora, a pesar de ser temas propios del canon analítico 
de la teoría antropológica que él debió conocer

31

. Por el contrario, opta por 

comparar la imagen de un Dios maniatado con la de otro «más libre». 

Desde la perspectiva del Aj K’ij, esa singularidad del evento habría 
indicado un desbalance en la distribución de la buena fortuna (que se da de 
acuerdo a la cuenta de los días) y, en consecuencia, apuntaría a una posible 
transgresión: pacto con los dueños de los cerros, oraciones especiales para 
perjudicar a otros vendedores, envidia, en una palabra «brujería»

32

. Por eso 

el Aj K’ij debe indagar la proveniencia de dicha transgresión para poder 

31

 El estudio clásico, en este sentido, es el de Evans-Pritchard. Recientemente, James Siegel ha 

reformulado la pregunta por la singularidad del evento como una que no se asocia solamente 

a la envidia, sino al trauma y a la fascinación por el poder atribuido a la brujería. Siegel elabora 

una poderosa crítica a la tradición antropológica –especialmente, aunque no exclusivamente a 

la de Pritchard– que entiende la magia y la brujería como efectos de lo social, cuyas funciones 

son las de garantizar y mantener su equilibrio. De acuerdo a Siegel, esta tradición pasa por alto 

el hecho de que las formas de poder que no son accesibles a todos los miembros del grupo 

social, y a las que se les atribuye el poder de matar –como la magia y la brujería–, son capaces de 

provocar experiencias que desbordan las capacidades de inteligibilidad en los sujetos sociales, tal 

y como ocurre en el trauma o en el asombro y fascinación de lo sublime (uncanny). En el caso de 

la brujería, esto significa que su fuente de poder siempre está en exceso en relación a lo social y, 

en consecuencia, nunca del todo controlada. Véase a E. E. Evans-Pritchard, Witchcraft, Oracles, 

and Magic Among the Azande (Oxford: Oxford University Press, 1976); James Siegel, Naming the 

Witch (Stanford: Stanford University Press, 2006).

32

 Falla, 

Quiché rebelde, 190.

51

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REBELDE

DE

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ICARDO

 F

ALLA

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

actuar sobre ella. Aquí el azar no tiene cabida (y no es que se no se reconozca 
que muchas cosas pasan por azar o accidentalmente) porque, se puede 
deducir, este no viene de ningún lugar en lo específico. Pero la «suerte», tal 
y como insiste el entrevistado de Falla, sí; y es por esa razón que no puede 
permanecer sin una forma de «explicación», una que opera en contra de lo 
accidental: la fuente de poder que otorga esa suerte o desdicha –y su lugar 
de proveniencia– no puede permanecer indeterminada. De lo contrario, la 
sospecha de la transgresión no puede desplazarse o convertirse en certeza. 

No es difícil concluir, que para el comerciante converso que «está 
experimentando las alzas de capital de una forma 'impensada' por él, y 'no 
conocida' previamente por la comunidad»

33

, hacer reconocible y legítimo el 

lugar de proveniencia de «su suerte», resulta vital. De no ser así, su buena 
fortuna entraría en un ciclo de sospechas que lo ubicarían demasiado cerca 
de la brujería. Pero como sabemos, el comerciante converso le dice a Falla 
que su suerte proviene de «nuestro señor».

Recordemos ahora que, para este comerciante, la atribución del origen de 
«su suerte» en «Dios» es un acto ex post-facto, es decir, esta atribución ocurre 
retroactivamente, una vez él ya se ha convertido. Previo a esto, entre el 
momento del «alza de capital impensada» y la conversión propiamente 
dicha, un período de tormento y suplicio se apodera del comerciante: aquí 
entra la enfermedad que no se cura, la muerte inesperada de un hijo, el 
abandono o separación de la esposa o la anticipación de su propia muerte, 
justo cuando nada parece explicar el por qué de estos eventos. 

Los que han leído detenidamente Quiché rebelde saben que para Ricardo 
Falla, la teoría del poder de Adams no provee respuestas adecuadas para 
entender estas crisis –traumas, dicho propiamente– porque no se trata 
de crisis de control del medio

34

. Por eso recurre a la teoría de los ritos de 

iniciación de Victor Turner.

Según Turner se distinguen tres fases en los ritos de iniciación: la de 
separación del grupo, liminalidad y agregación. Falla hace énfasis 
en la segunda, que es la fase en la que los sujetos en iniciación pasan 
por un momento en el que las categorías y los atributos sociales se 

33

 ibid., 191, énfasis mío.

34

 ibid., 59.