28

U

NIVERSIDAD

 R

AFAEL

 L

ANDÍVAR

V

ICERRECTORÍA

 

DE

 I

NVESTIGACIÓN

 

Y

 P

ROYECCIÓN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

Al pasar a un nivel de análisis superior, hay diez cantones en el municipio, 
conformados por la geografía de valles, ríos y montañas.

Los oficiales de las ocho cofradías, los «mayores», los «alguaciles» y 
los «principales» son seleccionados de entre los varones para servir 
por períodos de dos años, sumando treinta y dos en cada momento. 
Antiguamente funcionaban como las autoridades de la comunidad, pero 
en la actualidad estas tareas son cumplidas por la municipalidad o el 
Estado nacional, de modo que sus funciones se reducen a actos rituales y, 
sobre todo, a las fiestas patronales. 

Hay cuatro cofradías principales (San Antonio, San Sebastián, Sacramento 
y San Juan) y cuatro menores (San José, María, Santa Cruz y Santa Ana)

15

Cada cofradía está compuesta de seis hombres y seis mujeres, que no son 
esposos entre sí ni pertenecen al mismo linaje.

Los cofrades buscan ayudantes para cumplir sus funciones. Realizarlas 
requiere tiempo y dinero. Ser cofrade de San Antonio Ilotenango exige 
gastar sesenta quetzales anuales y ser alcalde hasta doscientos cincuenta 
(para pagar una marimba y comidas). Cumplir con las obligaciones del 
sistema tradicional (que implican tiempo y dinero a través de los años) 
impide la acumulación de dinero, ya que lo recaudado se gasta en las 
celebraciones anuales de la comunidad.

Los zahorines no forman parte del sistema ascendente de autoridad, sino 
que tienen una función carismática, como adivinos y curanderos. Sin 
embargo, son siempre hombres de edad que han servido y normalmente 
ya son principales. Falla argumenta que con las presiones de la tierra y 
el aumento de enemistades en el municipio, la actividad de los zahorines 
aumentó desde el siglo XIX

16

. Aunque conceptualmente se distingue entre 

el zahorín y el brujo (que hace mal), hay situaciones en las que su actuación 
es equivalente. Un hombre consulta con el zahorín, quien le dice que su 
enemigo le está dirigiendo mal y que tiene que hacer ciertas prácticas. 
El enemigo hace lo mismo, y hay una especie de carrera de armamentos  
(se multiplican los zahorines, las consultas y los gastos). 

15

 En 1970, después de la salida de Falla, las cuatro menores fueron suprimidas; ibid.,122.

16

 ibid., 262-290. 

29

P

HILLIP

 B

ERRYMAN

 

Z

AHORÍES

COMERCIANTES

 

Y

 

ABONO

 

QUÍMICO

RETRATO

 

DE

 

UN

 

MUNICIPIO

 

INDÍGENA

 

EN

 

CAMBIO

EN

 

Q

UICHÉ

 

REBELDE

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

Todo esto forma parte de un sistema de creencias, prácticas y relaciones 
mutuas: las cofradías con sus cargos y los gastos para las fiestas patronales; el 
matrimonio como vínculo entre familias; los linajes y segmentos de linajes; 
las reglas de la herencia; la exogamia, debido a las relaciones de respeto entre 
linajes. Después de la crisis mundial de 1930 y con el aumento de contactos 
con el mundo exterior, el poder de los zahorines fue disminuyendo, dando 
las condiciones para que algunos se rebelaran abiertamente.

La conversión: crisis y rito de pasaje

Para caracterizar el proceso de conversión, Falla narra en detalle los casos 
de «Manuel» y «Jacinto», dos de los primeros convertidos, utilizando sus 
propios testimonios. De ahí examina cómo el movimiento de conversión 
a la Acción Católica se difundió a nivel local; luego analiza los tipos de 
conversión, y finalmente describe la ceremonia por la cual el convertido 
ingresa a la Acción Católica. 

En 1949, Manuel vivía con su familia, incluyendo a su padre, ya viudo. 
Cultivaba trigo en ochenta cuerdas de tierra, y también tejía fajas rojas de 
varón para vender en Chichicastenango. Al enfermarse, consultaba con un 
zahorín, quien lo mandó con otro, Jerónimo, que era su tío y tenía fama 
de curandero. El diagnóstico de Jerónimo fue que algún enemigo le estaba 
haciendo mal y que había que contrarrestarlo por medio de «trabajos» 
(rituales). Siguió las orientaciones de Jerónimo, Manuel gastó ciento diez 
quetzales en el transcurso de un año, aún con la venta de los chanchos 
criados por su esposa, pero sin curar la enfermedad. 

Al contar su experiencia a un colega comerciante, en Chichicastenango, 
este le dijo: «Mira, esa es la ganancia de los que creen en la brujería. ¿Para 
qué estás creyendo en los zahorines? Esos son cuentos». Catecismo en 
mano le urgió a creer en Dios. Manuel rompió la relación con el zahorín, 
y se recuperó en quince días. Una señal del rechazo a las creencias es que 
arrojan al barranco un atado de frijoles (tz’ité), una especie de talismán para 
protección en contra del mal. Después de convertirse, Manuel convirtió a 
otros, comenzando con su padre. Es significativo que –en ese momento–
Manuel es el que tiene el poder, no su padre

17

.

17

 ibid., 312-317.