428
U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
oligarca que no tiene salida en el ateísmo comunista, sino en el interés
por el umbral social y religioso, de allí que sus más apreciadas figuras
no sean las del discurso con palabras de evidente significado, sino en las
experiencias que apuntan a la nada, en aquello que «consiste en quitar
la tierra debajo de nuestros pies, la que es fundamento y razón de ser
de nuestra existencia concreta, hasta quedar sin identidad, ni hombre,
ni mujer; ni niño, ni adulto; ni maya, ni ladino»
1
. Falla plantea su obra
antropológica y teológica en términos de umbrales, punto que une al
joven de Innsbruck con el viejo de Tzolojché.
De esta manera, su antropología ha sabido captar tanto épocas de
certidumbres como de inseguridades, pues se construye desde las crisis de
las experiencias sociales. Así como Theodor Adorno revelaba el secreto
de su productividad en la profunda soledad que sentía, en Falla lo es la
consciencia de un vacío que impele a acompañar. Esa es su fortaleza y
sobre la cual ha construido uno de los caminos intelectuales más originales
de Latinoamérica. Supo hacer de sus debilidades las semillas de su propio
renacimiento, una fe que sacrificaba las palabras mayúsculas por las
experiencias minúsculas; de los ojos deseados el manantial de una presencia
inextinguible, al paso de San Juan de la Cruz. Hasta qué punto 1944, 1962 y
1981 fueron crisis aún coloniales en Guatemala que podrán aprehenderse
en las obras de Martínez y de Falla: el quetzalteco y el capitalino, nacidos en
grandes casas con patio central, niños asistiendo a colegios donde aprendían
alemán, años después jóvenes críticos de la clase de donde provenían
2
.
Desde estricta disciplina afirmaron su individualidad en la decisión de
ingresar al Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) o a la Compañía
1
Ricardo Falla, El Popol Wuj: una interpretación para el día de hoy (Guatemala: Avancso, 2013), 41-42.
2
La decisión de hacerse sacerdotes enfrentó por momento a los jóvenes provenientes de familias
finqueras o burguesas con sus padres. En el caso del cura colombiano Camilo Torres, su
biógrafo Walter Broderick recuerda la ocasión en que su madre, Isabel Restrepo, lo va a traer
directamente a la estación del tren para impedirle su ingreso al seminario de Chiquinquirá:
«Llegado el momento Camilo dejó una nota a su madre y salió sigilosamente de la casa. Pero
cuando Isabel se enteró de lo que pasaba, acudió veloz a la estación. Llegó antes de que el tren
saliera y armó todo un melodrama victoriano. Agarrando a su hijo con ambas manos lo arrancó
de su compartimiento y contra sus protestas lo amenazó diciéndole que tenía dos detectives
armados a la puerta de la estación.»; Walter Broderick, Camilo Torres, el cura guerrillero (Colombia:
Ediciones Grijalbo, 1977), 42. No se llega a este extremo en el caso de Falla, más bien su padre
inicialmente intenta disuadirlo enviándolo por un tiempo a estudiar inglés en Washington D. C.
Empero, al regresar, el joven Ricardo retoma su decisión de ingresar a la Compañía de Jesús.
Consúltese: Carlos Sandoval García, «Ricardo Falla Sánchez, un viaje de toda la vida», Anuario
de Estudios Centroamericanos, vol. 37 (2011): 357-381.
429
S
ERGIO
P
ALENCIA
R
ETROSPECTIVA
EN
LA
OBRA
DE
R
ICARDO
F
ALLA
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
de Jesús. La renuncia es congénita al acto que rompe las cadenas del
entramado estamental. Martínez hizo de la escritura del pasado colonial
el lenguaje de un arrebato al poder criollo. Falla encontró en las voces
indígenas la emergencia de una profunda rebelión en curso. En su lejanía,
Severo percibía la revolución social en lo que no exploró su inicial Patria,
precisamente los Motines de indios. En su cercanía, Falla supo escuchar
en los catequistas de Quiché rebelde el terremoto social que antecedía al
de 1976. Ambos fueron testigos del inicio de la rebelión en el altiplano
guatemalteco, aprendiendo a sentir la vibración en el terreno a través de su
propio resquebrajamiento personal. Fueron y son parte de una generación
caracterizada por su fidelidad al ideal colectivo, su renuencia a nombrarlo y
su entrega solitaria en pos de realizarlo.
Encender cigarrillos con obreros españoles: ese es un punto constitutivo
a una experiencia negada por las redes estamentales. Su correlato como
proceso sería la reunión de la entonces Viceprovincia en San Salvador,
en diciembre de 1969. En sintonía con la crítica al pecado estructural
de la Conferencia de Medellín, recién realizada en 1968, esta asamblea
jesuita decidió abrir líneas de involucramiento social que más tarde darían
como resultado políticas educativas y de investigación orientadas a incidir
en la realidad centroamericana. Ese mismo año, la Universidad Rafael
Landívar (URL), en Guatemala, fundó el Instituto de Ciencias Político-
Sociales (ICPS)
3
. Ricardo Falla sería su segundo director en dos periodos,
el primero entre 1970 y 1972, el segundo entre el 1 de octubre de 1972 y el
30 de septiembre de 1974. En los «Principios de nuestro trabajo», escrito
en mayo 1970, Falla expone el compromiso del ICPS con la verdad desde
una perspectiva de desligamiento de presiones partidistas o eclesiales:
Ante todo, el espíritu de este Instituto ha de ser el compromiso insobornable con
la verdad social de Guatemala. Quisiéramos decirlo claramente. No tendremos
otro compromiso ni con la derecha, ni con la izquierda, ni con el centro. Ni con
partidos políticos ni gobiernos. Ni con Iglesias ni sectas
4
.
3
La Universidad Rafael Landívar fundó el ICPS el 29 de septiembre de 1969. Su primer artículo
reza de la siguiente manera: «Realizar en enseñanza e investigación el concepto de las Ciencias
Sociales integradas, que abarcan la Antropología, Sociología, Ciencia Política y Economía,
a fín de poder ofrecer una mejor asistencia científica a las necesidades de un proceso de
desarrollo integral en Guatemala», en Ricardo Falla y Josef Thesing, «Presentación del ICPS»,
mayo de 1970.
4
Ricardo Falla, «Principios de nuestro trabajo», mayo de 1970.