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U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
En el caso de Guatemala, la tradición colonial, eclesial, no solo tuvo en
su seno proyectos de orden paternalista. La crisis estatal del periodo
revolucionario de 1944 a 1954 significó un inicial resquebrajamiento del
orden estamental finquero, inmerso en una temporalidad y espacialidad
temerosa a toda impronta democrática.
La revolución social no solo cuestionó la servidumbre agraria, sino la
misma reproducción ideal del orden tradicional. No es casualidad que
dos tradiciones en disputa surjan de esa crisis. Por un lado, el movimiento
ciudadano de pequeños propietarios, maestros, agraristas, luchando
por transformar la concepción y el movimiento de Guatemala en tanto
conformación nacional. Por otro lado, las clases finqueras y rentistas,
respaldadas por la jerarquía católica, bajo la visión hemisférica anticomunista
de Estados Unidos.
El año 1954 marcó un punto de separación entre los proyectos de
democratización social y la consolidación de la forma finquera de
acumulación, vía renta territorial. Ricardo Falla para ese entonces era
un seminarista de 21 años en Ecuador, aprendiendo latín, interpretando
tragedias griegas, aficionado al andinismo. La teología tomista iba de
la mano de una visión del sacerdote oficiando misa de espaldas a los
feligreses y, en el caso de la Compañía de Jesús, bastante entrelazada con
las familias más ricas del istmo centroamericano. Empero los vientos de
la posguerra a nivel mundial permitían germinar nuevas posibilidades y
expresiones históricas.
En Guatemala, las instituciones de apariencia granítica se partían por la
mitad a inicios de la década de 1960: un sector del Ejército de Guatemala
se rebelaba el 13 de noviembre de 1960 e iniciaba la lucha armada, las
jornadas de marzo y abril de 1962 eran protagonizadas por estudiantes de
las escuelas normales y de la Universidad de San Carlos. Durante esos años,
este mismo fenómeno pasaría en la Compañía de Jesús en Centroamérica,
esta vez bajo la influencia del Concilio Vaticano Segundo.
Falla es parte de una generación de sacerdotes que aprendió el desasimiento
en otro continente. Así como para Ignacio Ellacuría el contraste con su
país se dio en El Salvador, para el cura Maryknoll Ronald Hennessey en
Huehuetenango, Guatemala; para Falla se concretó en Austria. Fue en la
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S
ERGIO
P
ALENCIA
R
ETROSPECTIVA
EN
LA
OBRA
DE
R
ICARDO
F
ALLA
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
Universidad de Innsbruck donde él y varios de sus compañeros se verían
inundados por una potente corriente crítica de cuestionamientos desde
el seno mismo de la Iglesia católica. El uso del hábito se relativizó entre
los jóvenes, se organizaban para no asistir a clases y solo tomar notas de
estudio, se pasaban temporadas trabajando junto a obreros españoles
en las carreteras. Fue compartiendo cigarrillos con gallegos que le fue
calando a Falla y a su generación una relación más estrecha con las clases
oprimidas. Ese mismo fuego juvenil se movió en los años sesenta por las
calles de la Ciudad de Guatemala, en la plaza Tlatelolco en México o en
las barricadas estudiantiles de París, Berlín y Nueva York. En el campo de
Guatemala, organizaciones como Acción Católica, fundadas por Rosell y
Arellano para contrarrestar influencias comunistas, fueron paulatinamente
transformándose en pilares organizativos, críticos al orden social finquero.
En ese contexto, en 1966, se reunieron varios jesuitas en París para iniciar
el proyecto que más tarde se llamaría Centro de Investigación y Acción
Social de Centroamérica (Ciasca). Este grupo se formó bajo la influencia
del momento de combinar rigurosidad interdisciplinar e involucramiento
con las clases marginadas. El Ciasca como instancia intelectual se
nutrió de la formación académica de varios curas en disciplinas como
sociología, psicología, antropología, historia, orientados a integrar redes
interdisciplinares para conocer la realidad del istmo y proponer modelos
concretos en pos de países más justos. Este esfuerzo coincidiría con el
inicio de estudios de varios jesuitas en universidades prestigiosas de Estados
Unidos. Falla, por su parte, llegaría al doctorado en Antropología luego de
seguir el consejo de un profesor en Austria respecto a sus intereses en el
Popol Wuj. El Ciasca fue pues, punto de arranque para esta generación de
jesuitas, coincidiendo en tiempo con sus estudios académicos y el regreso
a Centroamérica con el ánimo de implementar lo aprendido en Europa: la
aproximación con los pobres.
Severo Martínez, en La patria del criollo, entra en interlocución con Fuentes
y Guzmán como un acto de rebelión del hijo frente al padre. Su libro
constituye una prosa fragmentaria de pigmentos barrocos. Sin duda un
proceso mimético preparando el levantamiento social. Es y no es colonial
desde la impronta de la revolución del siglo XX, punto bien captado por
Guzmán-Böckler pese a su usual pensamiento dicotómico. En la escritura
de Falla hay también un sustrato de rebelión contra los lazos de familia