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U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
El fenómeno religioso visto desde el poder y la liminalidad:
Quiché rebelde
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Provengo de una familia católica guatemalteca, conservadora política
y religiosamente, de clase alta, como dicen. Mi madre murió cuando era
niño. Mi vocación a la Compañía de Jesús, pues soy jesuita, nació como
una plantita en esa familia. A los diecinueve años, es decir, en 1951, entré
en la orden, después de oposición continuada, aunque no tajante, de parte
de mi padre. Dejé mi familia y la carrera que había iniciado en los Estados
Unidos. Fue un primer paso hacia la libertad de condicionamientos sociales,
a la hora de hacer antropología. Pero la antropología entonces para mí era
algo desconocido. Creo que ni había oído esa palabra rara. Cada uno de
ustedes puede recordar dónde conoció a esa señora llamada antropología.
Nos formamos –con otros compañeros jesuitas– en humanidades clásicas
y en filosofía dentro de los parámetros de la Iglesia tridentina, léase,
conservadora, en el Ecuador. Esa formación tenía como referencia doctrinal
inconsciente el Concilio de Trento, del siglo XVI, y el Vaticano I, del siglo
XIX. Sin embargo, durante esos cinco años en el Ecuador tuvimos a un
formador que influyó mucho en nosotros por su método de análisis de
los textos clásicos de Virgilio y Sófocles, que estudiábamos en el original:
latín y griego. Nos enseñó cómo se analizaban esos autores universales,
«destripando» el contenido, poniéndonos en la escena «como si presentes
nos hallásemos» y dejándonos impactar por el sentimiento estético, todo
lo cual llevaba a una formación integral de la persona, no solo respecto
al aspecto religioso, sino a los valores humanos, en general. No nos daba
reglas de cómo se hacía. Solo lo hacía él y lo hacíamos nosotros, me
refiero al análisis. Entonces, la formación y el método, que era parte de
esa formación, entraba, decía él, «por ósmosis». Se llamaba el P. Aurelio
Espinosa Pólit, ecuatoriano, muy conocido en su país. Había estudiado
en Cambridge. Pero no era Cambridge, creo, lo que le daba esa fuerza
formadora de la mente y del corazón, sino la asimilación del método
espiritual de Ignacio de Loyola. Su inteligencia no era la de un genio, pero
era profundamente humano y nos hacía vibrar. De él saqué el método
de análisis de casos, de textos, de esas narraciones riquísimas que uno
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Ricardo Falla, Quiché rebelde. Estudio de un movimiento de conversión religiosa, rebelde a las creencias religiosas
tradicionales, en San Antonio Ilotenango, Quiché (1948-1970), 2.ª ed. (Guatemala: Edusac 2007).
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R
ICARDO
F
ALLA
, S. J.
C
AMINO
DE
VIDA
EN
LA
INVESTIGACIÓN
DEL
HECHO
RELIGIOSO
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
frecuentemente encuentra como joyas en la vida del pueblo. Ustedes lo
saben por experiencia
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.
Pero nuestros parámetros mentales eran todavía, como dije, tridentinos.
No fue sino al llegar a estudiar teología en Innsbruck, Austria, cuando
se operó en mí una doble, llamémosla, crisis epistemológica. Eso fue
en 1961. Ambas fueron de distinto tipo, pero estuvieron vinculadas.
La primera se dio cuando, movido por las palabras y el ejemplo de un
jesuita compañero mío que venía de Cataluña, llamado Ferrán Manresa,
me decidí a trabajar con pico y pala en medio de los migrantes españoles
que llegaban a Centroeuropa a construir carreteras. Este compañero había
tenido la experiencia obrera en su tierra, previa a los estudios de teología,
y me animó a probarla. En efecto, se me cambió el mundo 180 grados. De
gente que pasaba desde el carro viendo a los trabajadores de carreteras
sudando, a trabajador que recibía cigarrillos de turistas que simpatizaban
con nosotros. Desde esa experiencia, se nos hizo, porque éramos varios los
que íbamos de América Latina a estudiar a Austria, se nos hizo ¡vergonzosa!
hasta caérsenos la cara de vergüenza, la alianza que habíamos tenido con
las trece familias de El Salvador, aceptando pasar vacaciones en sus chalets
a la orilla del lago Coatepeque. Fue una conversión social
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Y la segunda, fue la reestructuración de los esquemas mentales del
pensamiento religioso, desde la forma de entender a Dios y la Iglesia
que habíamos mamado en el catecismo hasta la forma de comprender el
mundo y la trascendencia, según el Vaticano II. Vivimos el Concilio en
Innsbruck como si fuera un campeonato mundial de futbol. Pero no se
trataba solo de una competencia entre visiones del mundo dentro de la
misma Iglesia, sino de un desvestirse de las antiguas formas de pensar y un
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Para una biografía: Francisco Miranda Ribadeneira, El humanista ecuatoriano. Aurelio Espinosa Pólit
(Quito: Editorial Cajica, 1974).
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Ferrán Manresa, de mente privilegiada y hoy con Alzheimer, citaba mucho a un teólogo francés
que marcó una línea en la investigación teológica sobre el acto de fe. Se llamaba Pierre Rousselot,
contemporáneo de Marcel Mauss y van Gennep. Fue autor de un libro, Les yeux de la foi (1910),
que el mismo Ferrán prologaría, traduciría y comentaría en 1994: Los ojos de la fe (Madrid: Editorial
Encuentro, 1994). Según Rousselot, que tuvo un influjo enorme en la comprensión no racionalista
de la fe en la teología católica, la fe no consiste en creer en una verdad abstracta, como sería la
existencia de Dios, sino en una persona. No es un acto solamente intelectual, sino afectivo. No es
privativa de gente letrada, sino la mismísima fe en toda su profundidad se encuentra en el pueblo
que no sabe leer ni escribir. No hay fe de los teólogos y fe de la gente sencilla. Tal vez sea fe,
realmente fe, su estructura es la misma. Una consideración que cruza culturas.