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NIVERSIDAD

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AFAEL

 L

ANDÍVAR

V

ICERRECTORÍA

 

DE

 I

NVESTIGACIÓN

 

Y

 P

ROYECCIÓN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

Cuando quedaba poco tiempo para finalizar la formación, y teniendo en
estado de somnolencia a todos los participantes, Ricardo se levantó del 
tronco de árbol que le servía de asiento, me hizo a un lado en franca señal 
de molestia y desaprobación de mi atolondrada metodología, agarró una 
vara de árbol, comenzó a hacer unos círculos y unos rústicos dibujos en 
la tierra, y en quince minutos explicó la realidad de la Iglesia de los pobres 
que nos dejó perplejos a los oyentes, lo que no pude hacer en las seis 
horas anteriores. Todas las complicaciones de los temas, Ricardo los sabe 
traducir al lenguaje más sencillo sin que pierdan su profundidad, y sabe 
dejar constancia de que la sabiduría no se encuentra en los conocimientos 
adquiridos, en los títulos académicos o en los libros que escribas, sino en 
tu capacidad para trasladar todo el acervo de conocimientos a un lenguaje 
que todo mundo lo pueda entender, especialmente aquella gente que no 
tuvo oportunidad para acceder a las aulas académicas. A nadie en mi vida 
he conocido con la capacidad intelectual de Ricardo para hacer sencillas y 
digeribles todas las teorías por muy abstrusas que parezcan. No tienes que 
hablar difícil para decir cosas profundas. 

En 1993, el Ejército guatemalteco dio con el buzón de Ricardo en 
la selva de Ixcán. Ocurrió mientras estaba en una de sus salidas de 
descanso, recopilación de información o búsqueda de solidaridad. El 
Ejército encontró la información suficiente como para que Ricardo no
regresara a Ixcán a no ser que quisiera que lo mataran. Y así lo asumió
en conversaciones con sus superiores. Vino entonces mi ocasión. Estaba 
yo de párroco en la parroquia San Isidro Labrador en la conflictiva zona
campesina del Aguán, en el noreste del atlántico hondureño. Ricardo y yo 
convenimos en lo siguiente: él se venía a cubrirme en la parroquia y yo me 
iba a cubrir su ausencia en Ixcán. El provincial lo entendió muy bien y nos 
dio el visto bueno. «Hicimos un cambalache», dice con frecuencia Ricardo
para referirse a ese acuerdo, siempre con su sonrisa socarrona. 

Así comenzó una presencia de Ricardo en Honduras que iniciaría en 
1993 y se extendería hasta septiembre del 2001. Yo regresé a Tocoa en
1994 y Ricardo fue destinado al Equipo de Reflexión, Investigación y
Comunicación (ERIC), con sede en El Progreso. Estuvo en ese cargo de 
director y de superior de los jesuitas hasta que lo sustituí y él felizmente 
regresó a Guatemala. 

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SMAEL

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ORENO

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, S. J.

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NACIDO

 

PARA

 

ROMPER

 

MOLDES

UNA

 

NOTA

 

TESTIMONIAL

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

Esos años estuvimos especialmente cerca y compartimos diversos 
espacios, entre ellos, escribir en el periódico mensual A Mecate Corto, que 
el ERIC comenzó a editar justamente a partir de 1994 y al que él dio un 
enorme impulso. En 1997 yo fui a trabajar a San Salvador en la formación 
de los jóvenes jesuitas y a acompañar en la coordinación del apostolado 
centroamericano de la Compañía de Jesús en Centroamérica. Él mismo
me llamó a finales de 1998 para apoyar la respuesta de emergencia a
los damnificados tras el paso de la terrible tormenta tropical Mitch por
territorio hondureño. 

Cuando fuí director de la oficina de Planificación Apostólica de los jesuitas
de Centroamérica busqué y conté de manera muy especial con el apoyo y 
sabiduría de Ricardo. Nunca encontré una negativa al momento de pedir 
su presencia y su respaldo. Cuando escribimos el documento sobre el 
Plan Apostólico, en el año 2000, a Ricardo le pedimos que nos escribiera 
esa expresión mística que da sentido a los objetivos y estrategias. Nos 
entregó un pequeño documento que quedó como una joya y que sirvió de 
introducción a todo el documento. «La Centroamérica que soñamos» se
llama, y ha inspirado muchos de nuestros trabajos a lo largo de los años 
del presente siglo.

Ricardo es esencialmente un hombre solidario. Sin cálculos y sin pensar en 
los riesgos que su solidaridad con los demás supone para su vida. A finales
de 1997, me vi envuelto en un fuerte e ingrato debate con un sector de los 
autollamados «intelectuales» hondureños. Yo escribía de cuando en cuando
en la página editorial de uno de los diarios hondureños y, en una ocasión, 
reaccioné a un comunicado escrito por decenas de personas que llamaban a 
votar por un candidato de uno de los dos partidos tradicionales del país. El 
comunicado llevaba un título más o menos así: «Intelectuales hondureños 
llaman a votar por quien defiende la cultura hondureña». Resulta que ese
candidato había ocupado uno de los más altos cargos en el Gobierno que 
a comienzos de la década de los ochenta había abierto las puertas a la 
intervención militar más fuerte que tuvo Honduras en el siglo veinte, en el 
marco de la Doctrina de la Seguridad Nacional. ¿Ese alto funcionario que
apoyó la represión y desaparición de académicos, políticos, defensores de 
derechos humanos era ahora llamado por los intelectuales un defensor de 
la cultura hondureña?