Llegaría pronto el momento, en que este mismo cuestionamiento lo 
obligaría, junto a otros de sus hermanos jesuitas a salir de Guatemala e 
integrase a la población campesina en Jinotega, Nicaragua, con quienes 
compartió su incuestionable apoyo y acompañamiento pastoral, durante 
la primera etapa de la revolución sandinista, en total coherencia con 
su convicción de lucha por las causas más justas. En este caso, con las 
personas más pobres y desprotegidas; para dignificarlas en sus anhelos de 
bienestar y de recobrar, espiritualmente, lo que el poder devastador de 
las oligarquías centroamericanas, de los terratenientes y la élite política, 
habían arrebatado y negado a estos pueblos, sistemática e históricamente, 
a través de la permanente explotación y abuso. Es así como el 19 de julio 
de 1979, hace ya casi 40 años, el pueblo nicaragüense levantaba su faz con 
orgullo y con ilusión. Recordamos hoy con alegría, el aplomo y la lucha de 
este pueblo que logró el derrocamiento de la tiranía de Anastasio Somoza. 
Ricardo Falla llegó a Nicaragua en 1980, con el sueño entrañado de ayudar 
a reconstruir el tejido social y la esperanza del pueblo nica. Ricardo Falla 
sabía que podía obrar en favor de los más marginados y ofrecerles un 
bastión de valor por la vida plena de luz y un futuro con esperanza.

En septiembre de ese año, otro evento trascendental, el llamado «primer 
hilo del collar» se le apareció como un deslumbrante destello: su muy 
entrañable hermano jesuita, Fernando Hoyos, anunció su «alzamiento» 
en respaldo al pueblo y al movimiento revolucionario guatemalteco que 
deseaban liberarse de las injusticias y las condiciones de generalizada 
pobreza provocada por la tradición hegemónica colonialista en el altiplano 
guatemalteco. Este pueblo hermano, nuestro pueblo, de ascendencia 
y tradición indígena y campesina, continuaba siendo marginado y 
explotado. Ahora era perseguido y masacrado con la venia de la oligarquía 
guatemalteca –y las instituciones estatales al servicio de sus intereses–, 
pues se consideraba una amenaza al status quo representado por dicho 
sector elitista, concretamente, debido a sus demandas y a la colonización 
de tierras baldías, en el norte de Quiché y Alta Verapaz, pero también en el 
área central, en Chimaltenango y Baja Verapaz.

La mirada de Ricardo Falla se siente impostergablemente atraída y urgida 
por los sucesos de aniquilamiento genocida. Esta estrategia de guerra del 
Ejército guatemalteco, en su furia irracional, pretendía derrotar los alientos 

230

U

NIVERSIDAD

 R

AFAEL

 L

ANDÍVAR

V

ICERRECTORÍA

 

DE

 I

NVESTIGACIÓN

 

Y

 P

ROYECCIÓN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

de cambio y justicia de los movimientos guerrilleros de Guatemala. En 1982, 
Ricardo retorna al país, con su plan original de pastoral de acompañamiento 
bajo el brazo y la bendición de su provincial regional, para integrarse a áreas 
de población indígena en estado de «insurrección».El padre Falla pronto 
estaría entre las comunidades indígenas con su catecismo y su libreta de 
apuntes, su diario, su bitácora, su memoria alterna para no olvidar, para 
no inventar, para poder ser invariablemente fiel a la nueva razón de su 
existencia. Era el derecho de la comunidad que pronto se convertiría en «la 
amada» que, tímidamente, asomaba su rostro, se mantenía tan apartada y 
solamente se presentaba en sueños, por medio de lo que él ha llamado el 
nahual de Cotzal; que lo convocaba y lo obligaba a que se reunieran y se 
conocieran, a través de los primeros reportes de muertes y desapariciones 
forzadas en el área Ixil. Ahora van a encontrarse, en persona, con los 
sobrevivientes de las primeras masacres, la de San Francisco, Nentón, 
la de río Negro, la de Cuarto Pueblo, Ixcán, quienes le revelaron, con el 
alma partida, los primeros testimonios de las masacres ya en el exilio, en 
los campos de refugiados en México. Las desgarradoras historias de las 
personas que lograron salir vivas de la saña inhumana de los soldados y sus 
comandantes, debían conocerse con los detalles narrados, en cuanto a los 
sucesos y su sobrevivencia milagrosa; de su constante fragilidad de vida, y 
de su permanente asedio y riesgo de muerte. 

Falla debió comprometerse a ser la voz de aquéllos que, de cualquier otra 
forma, no habrían podido ser escuchados, sino eternamente condenados 
al silencio y al olvido. Estas evidencias, estas historias, se convertirían 
en su evangelio que consistió, además, en denunciar ante el mundo la 
barbarie de lo provocado por el Estado guatemalteco

8

, con el fin de 

intentar detener, condenar y quizás resarcir, la esperanza y la fe de quienes 
lo habían perdido todo. 

Nadie lo podía anticipar, la época de las grandes masacres se había iniciado 
y, con ella, la más amarga, cruel y cobarde de las estrategias de la ofensiva 
del Ejército, respaldadas por otros sectores de la sociedad guatemalteca. 
Era el inicio de la década de 1980. Las zonas arrasadas se situaban desde el 
centro del país hasta la selva de Ixcán y Huehuetenango. Más de doscientas 

8

 A principios de 1983, en un juicio en contra del Estado guatemalteco, el Tribunal de los Pueblos, 

en Madrid, España, lo condenó por crímenes de lesa humanidad. 

231

R

ICARDO

 E. L

IMA

 S

OTO

D

E

 

LUCHAS

 

Y

 

AMORES

LAS

 CPR 

Y

 

SU

 

FORMA

 

DE

 

VIDA

 

EN

 

RESISTENCIA

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.