214

U

NIVERSIDAD

 R

AFAEL

 L

ANDÍVAR

V

ICERRECTORÍA

 

DE

 I

NVESTIGACIÓN

 

Y

 P

ROYECCIÓN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

ruptura vino acompañada de otra aún más subversiva: «La dominación 
que existía en los pueblos del altiplano de la etnia ladina sobre la indígena, 
aquí se perdía, puesto que ambas se encontraban en un nivel de valoración 
semejante»

30

. El nuevo comienzo en Ixcán, con todos sus aspectos 

míticos de momento fundacional, reforzado por el nuevo contrato 
social de la organización en cooperativas, partió de una posición distinta 
ante la autoridad, ulteriormente abonada por el éxito económico de las 
cooperativas. Las relaciones con el Estado, en general, con su aparato 
coercitivo, y también, con los ladinos, ya no eran las mismas que en el 
altiplano. Y el Ejército no pasó por alto este giro.

Es cierto que los controles y los robos del ejército a las cooperativas de 
Ixcán agriaron la relación entre cooperativistas y militares. Pero no fue 
enteramente malograda. Tras los robos, los cooperativistas decidieron hacer 
lo mismo que cuando se presentaron los conflictos con el padre Woods: 
saltar por encima de la autoridad local y recurrir a la mayor autoridad, en 
este caso, la del coronel Fernando Castillo, coordinador nacional de las 
cooperativas

31

. Distinguieron entre distintos niveles del poder público y 

no se quejaron de los controles, que eran una molestia oficial y sistemática, 
sino de los robos, que eran un abuso puntual y no una política nacional 
del Ejército, como dejaron claro dos coroneles

32

, aunque fueran también 

«un castigo y una venganza»

33

 local y, quizás, una práctica muy extendida. 

Pero la mejor pista de que los indígenas no tenían, inicialmente –e incluso 
cuando ya eran víctimas de ciertos abusos–, una animadversión hacia el 
ejército y, sobre todo, una idea adecuada de hasta qué nivel era su enemigo; 
la tenemos en las denuncias que los directivos de la cooperativa espetaron 
a los oficiales. Si los ixcanecos hubieran tenido una idea remota de que el 
Ejército era su potencial verdugo, si hubieran atisbado, mínimamente, las 
masacres de 1982, se habrían parapetado en el discurso oculto tradicional 
y jamás habrían saltado a la denuncia pública ante los superiores militares

34

El descontento –externalizado incluso con frases que herían el orgullo 

30

 ibid., 29.

31

 ibid., 99.

32

 Los coroneles Morales y Reyes; ibid., 121.

33

 ibid., 100.

34

 Por otra parte, es cierto que las masacres de Panzós no mermaron la multitudinaria afluencia 

a las manifestaciones de protesta por el alza de las tarifas del transporte urbano, pero fueron 

protestas urbanas, alejadas geográfica y quizás también emocionalmente, de las zonas de las 

masacres; ibid., 16-17.

215

J

OSÉ

 L

UIS

 R

OCHA

L

A

 

POLÍTICA

 

DE

 

LA

 

GENTE

 

SIN

 

POLÍTICA

 

EN

 I

XCÁN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

militar

35

– solo podía poner en riesgo su vida y la continuidad del proyecto 

cooperativo, especialmente, cuando sobre sus vínculos con la guerrilla 
pesaban sospechas, tan diseminadas, que habían llegado a oídos de obispos 
que les daban crédito.

Hay muchos indicios de la incomodidad que la bonanza económica de los 
cooperativistas suscitaba entre los soldados, con los que tenían un trato 
directo y frecuente. Varios informantes manifestaron que «el Ejército 
estaba opuesto al desarrollo del pueblo, tal vez porque si crecía no le 
obedecía»

36

. Es decir, por la incidencia de la economía en las jerarquías. 

Esa prosperidad, seguramente, no solo tenía expresiones económicas: 
quizás había un mejor sentido de autoestima, mejores conexiones y más 
autonomía. La acumulación financiera tenía un correlato en la acumulación 
de capital político, de ahí los viajes frecuentes a la capital y su autogobierno. 
Lo más probable es que el Ejército, no solo notó el dinero objeto de su 
codicia, sino también otros cambios que lo irritaban y menguaban su 
ascendiente sobre los indígenas: ver a los cooperativistas, más hombres de 
mundo, moviéndose en la capital, más capaces de practicar la parresía y, 
también, con usos administrativos, relativamente sofisticados (la práctica 
del tendero de anotar el número de serie de los billetes grandes

37

).

Falla da una clave: la adhesión de los miembros a la cooperativa había 
generado «una lealtad casi religiosa»

38

. Aquí cabe otra lectura: la cooperativa 

era una versión secular de la comunidad y del poder eclesial, suplantación 
facilitada, por ese nuevo comienzo, en una selva virgen de labores agrícolas 
e instituciones que había invertido la jerarquía tradicional: «la organización 
propiamente de Iglesia en el Ixcán (…) tenía una importancia secundaria 
frente a la estructura cooperativa»

39

. Falla concluye que «se daba una 

inversión de lo que ordinariamente había sucedido en los pueblos indígenas 
del altiplano (…) En el Ixcán (…) la organización cooperativa había nacido 

35

 Como cuando un cooperativista pone en cuestión «la hombría» de los soldados, al decirle 

directamente a un miembro del destacamento que ellos avisan de la presencia de los guerrilleros, 

pero los soldados no se atreven a atacarlos: «El parcelario veladamente estaba acusando al 

teniente y su destacamento de miedo»; ibid., 139.

36

 ibid., 179.

37

 ibid., 121.

38

 ibid., 126.

39

 ibid., 169.