208

U

NIVERSIDAD

 R

AFAEL

 L

ANDÍVAR

V

ICERRECTORÍA

 

DE

 I

NVESTIGACIÓN

 

Y

 P

ROYECCIÓN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

Todo grupo subordinado tiene un discurso oculto que representa una 
crítica al poder y es pronunciado a espaldas de los dominantes. Pero tiene 
también un discurso público que expresa sometimiento. El impacto del 
poder puede ser observado a diario en actos y discursos que muestran 
deferencia, expresan subordinación y buscan congraciarse con los 
poderosos

8

. Los dominados, sin embargo, pueden usar la adulación para 

simular sometimiento. El discurso público complaciente refuerza las 
apariencias hegemónicas, al tiempo que; rumores, chismes que destruyen 
reputaciones

9

, cuentos folclóricos, canciones, gestos, chistes y acciones 

teatrales; van insinuando una crítica al poder

10

. En ese sentido, el discurso 

público y el privado conspiran con el mismo fin. Puesto que la frontera 
entre discursos públicos y discursos ocultos es una zona de constante lucha, 
entre dominantes y subordinados, el poder de los dominantes se mide en 
su capacidad para mantener, fuera del escenario público, los discursos 
subversivos

11

. De donde infiero, de modo recíproco: cuanto más franco el 

discurso, más empoderados los sujetos, como mostrará este análisis.

Como veremos más adelante, la política oculta fue gradualmente sustituida 
en Ixcán por la constitución de un micropoder, con fuerte influjo en el 
mundo de las experiencias de vida

12

. El terreno más propicio para visualizar 

lo político en la cotidianidad, es la relación de los indígenas con la autoridad, 
porque allí se juega la ruptura del tejido básico de la hegemonía y porque 
ocurre a partir de un cambio en las condiciones materiales, antes de que 

8

 ibid., 28.

9

 ibid., 290. 

10

 ibid., XII-XIII. En Centroamérica, el ejemplo más acabado de esa moneda de dos caras 

(adulación y resistencia) fue la derrota electoral que sufrió el sandinismo en 1990. Ni siquiera 

los opositores más férreos al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) tuvieron la 

certeza de esa derrota. Incluso, en vísperas de las elecciones, el FSLN abarrotaba las plazas 

con celebraciones multitudinarias y todas las encuestas, salvos dos (y solo una fue pública), 

le daban la victoria por un amplio margen. La tesis más plausible, sobre ese comportamiento 

inexplicable, consideró que los nicaragüenses se habían comportado con el FSLN, como el 

mítico Güegüense lo hizo con los colonizadores peninsulares. El Güegüense (viejo, en nahúatl) es 

el protagonista de una obra de teatro homónima que data del siglo XVI. Es un pícaro que hace 

votos de sumiso ante el gobernador Tastuanes y finge sordera para salir bien librado ante las 

acusaciones de contrabando y reírse en la cara del gobernador. Véase. Juan Hernández Pico, 

Soluciones humanas al viento del espíritu. Autobiografía y esbozo de historia de mi generación (San Salvador, 

El Salvador: UCA Editores, 2014), 248-249.

11

 Scott, 

Domination..., 14.

12

 Manuel Castells, The power of identity, vol. 2, The information age: economy, society, and culture (West 

Sussex, Inglaterra: Wiley-Blackwell, 2010), 261.

209

J

OSÉ

 L

UIS

 R

OCHA

L

A

 

POLÍTICA

 

DE

 

LA

 

GENTE

 

SIN

 

POLÍTICA

 

EN

 I

XCÁN

Entrega especial Ricardo Falla, S. J.

se produzca un ejercicio de concientización, por reflexión de los propios 
indígenas, por la labor de la Iglesia o de la guerrilla.

Algunos informantes de Falla presentan los abusos del ejército, como 
el detonante que empujó a los indígenas hacia la guerrilla. Pero sus 
testimonios, son una visión retrospectiva, unas experiencias vistas a la luz de 
las masacres

13

; una secuencia causal engarzada, hasta conectar y dar sentido 

al momento en que ocurrió la ruptura absoluta con los poderes del Estado, 
después de las masacres de 1982. Falla constató que, «los informantes que 
antes rechazaban a la guerrilla, ahora parece que exageran su repulsión 
hacia el Ejército»

14

. No obstante, sus relatos y el análisis de Falla también 

evidencian que, durante años, el ejército hizo lo posible para ganarse a los 
indígenas y de las muestras de buena voluntad y confianza

15

 que el coronel 

Castillo les dio. Esa fue la primera política castrense sistemática, y algunos 
testimonios denotan que surtió efecto en un amplio abanico de indígenas: 
desde quienes recurrían al ejército y eran sus colaboradores, hasta quienes 
consideraban que matar militares era pecaminoso. Por eso, sin desdeñar el 
peso motivacional de los atropellos, rastreo otros cambios, como causas 
originarias. Los busco en el mundo del trabajo.

El momento primigenio, si podemos hablar de tal cosa en un continuum 
histórico de larga data, es la fragmentación del minifundio que pone en 
crisis un orden sociopolítico, preñado de posibilidades:

13

 Falla, Ixcán: el campesino indígena se levanta, 170. «Median muchos años y sobre todo sucesos 

trágicos que influyen en el recuerdo», dice Falla sobre los recuerdos del padre Bill Woods. 

14

 ibid., 203. Visto desde las masacres, el comportamiento del Ejército tiene una concatenación. Es 

posible que su conducta, y las reacciones de los cooperativistas hacia los militares, hayan sido un 

tanto erráticas y con visos de ambivalencia. Desde la perspectiva de una mirada retrospectiva, 

los historiadores –de tradición oral o escrita– pueden armar un relato coherente. Desde la 

perspectiva del presente, las causalidades se nos escapan y somos como las piezas del ajedrez 

que describe Dürrenmatt: «las piezas del ajedrez sí que están dentro de la partida; el juego se 

les presenta como algo totalmente diferente, abaten otras piezas y son abatidas por ellas, se 

hallan involucradas en una batalla implacable, nada pueden saber sobre el plan de batalla que 

las dirige, si es que de verdad existe; suponer esto cuando se está en pleno fragor de la batalla 

es metafísica pura; cada cual se abre paso según sus propias reglas, el peón en base a las de 

los peones, la torre según la de las torres, etc. Con el tiempo, las piezas llegan a saber –por 

experiencia– cómo se comportan las otras piezas, pero de nada les sirve saberlo: hay un número 

inimaginable de distintas posiciones posibles, una visión de conjunto solo puede suponerse 

hipotéticamente, las casualidades se acumulan hasta lo inconmensurable, y los errores hasta lo 

increíble; un mundo de accidentes y catástrofes pasa a ocupar el puesto en un sistema causal o 

determinista»; Friedrich Dürrenmatt, Albert Einstein (Barcelona: Tusquets Editores, 1983), 32.

15

 Falla, 

Ixcán..., 129.