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U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
En este parcelamiento vi de cerca la violencia, las muertes de hombres,
sobre todo hombres jóvenes que, me parece, nunca fueron esclarecidas.
Con frecuencia vi que el juez «no llegaba al muerto», es decir, a la escena
del crimen, sino que el muerto era llevado al juzgado, desde lejanas trochas
y parcelas, para que lo examinaran y emitieran el documento respectivo.
Se suponía que la banda conocida como «Los Lobos» fuera la principal
responsable de las múltiples muertes que se daban en «La Nueva» en
aquellos años.
El parcelamiento agrario, habitado por familias provenientes de muchas
partes del país, incluso de El Salvador, era todo menos una sociedad
conservadora y homogénea. Muchos de sus habitantes tenían una historia
familiar de movilidad frecuente y, al instalarse en «La Nueva», no conocían
a quienes resultaban ser sus vecinos. A esta diversidad correspondía, me
parecía a mí, lo poco que salían los temas religiosos de manera espontánea
en las conversaciones. Pero, como habíamos observado desde el primer
momento con Falla, había diversidad religiosa y una importante cantidad
de iglesias en el centro, incluso varias en una misma calle.
Encontré una religiosidad fuertemente relacionada con los liderazgos de los
catequistas, en el caso de la Iglesia católica, y de los pastores en el caso de las
iglesias evangélicas. En palabras de los catequistas católicos, al principio se
trataba de «hacer iglesia»; de predicar en pequeños cobertizos, pues aquello
era montaña; de ir reuniendo a la gente y agradeciendo haber llegado al
lugar a pesar de las difíciles condiciones del comienzo. Quizá podría decirse
que se trataba de generar la tradición religiosa en esta montaña del inicio.
Fue creciendo la población, fue creciendo la iglesia. Con el tiempo hubo
pugnas entre catequistas, pugnas de poder que fraccionaron y generaron la
posibilidad de que el catequista descontento y «su gente» se convirtieran en
una pequeña iglesia evangélica que comenzaba entonces, a su vez, a crecer, si
el nuevo pastor tenía el liderazgo necesario para mantener la convocatoria.
El contexto religioso estaba aquí lleno de posibilidades. Había movimiento
inter e intraiglesias, lo que no era del agrado de los catequistas de la vieja
guardia, quienes tenían una formación religiosa ortodoxa e inflexible.
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C
LARA
A
RENAS
B
IANCHI
E
N
BUSCA
DEL
PECECITO
DE
COLORES
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
Para ilustrar lo anterior traigo a colación una anécdota de lo sucedido entre
un catequista de estos y su hijo, en mi presencia y la de su familia, al concluir
una cena. El hijo de diecisiete años, estudiante de un instituto técnico fuera
del departamento, se levantó y, con pasión y sentimiento, declamó para
todos los presentes el poema «Lo Fatal», de Rubén Darío, cuyo último
verso concluye: «¡y no saber adónde vamos, ni de dónde venimos¡».
El padre se levantó airado e increpó a su hijo con voz fuerte: «¿Cómo
puede decir eso? ¿Dónde queda entonces el plan de Dios?».
El método
Estos meses intensos de trabajo de campo sobre asuntos que no había
explorado antes me pusieron en contacto con el método de Falla que, por
ahora, dividiré en cuatro fases:
1. El reconocimiento del lugar donde se hará el trabajo. Para alguien como
yo en aquella época, durante el viaje de reconocimiento se aprovechaba
para repasar y profundizar un poco, en aquello que estábamos
buscando; tanto como para observar el lugar y ver cuestiones prácticas,
como el posible alojamiento.
2. El trabajo de campo propiamente, que equivalía a «lanzar las redes»
para obtener toda clase de información (aquello de «observa, pregunta,
anótalo todo»), independientemente de su aparente utilidad o no. Este
era el momento de «sacar la lupa», como decía Falla, de insistir, de ver
de cerca; aunque siempre tratando de que la toma de notas no fuera
incómoda para aquel o aquella a quien se entrevistaba. La hoja tamaño
carta, doblada varias veces para llevarla en el bolsillo de la camisa,
era su manera de hacer posible apuntarlo todo, pero sin grandes
aspavientos. Era también, por otro lado, el momento de encontrar al
informante que ayudaría a obtener la visión global, aquel o aquella que
conoce todo lo que pasa y ha pasado. Una entrevista así, esclarecedora
e iluminadora, era en el imaginario de Falla, el pececito de colores que
vendría en alguna de las redes entre muchos otros peces descoloridos.
En ocasiones, no me di cuenta de tener entre mis redes un pececito