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U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
muy frecuente se relacionaba con la venta del alma al diablo. Al ser la
sociedad de San Vicente relativamente homogénea, sin grandes dueños de
haciendas, la explicación más frecuente para el enriquecimiento de alguien
venía por el lado de lo sobrenatural: «fulano ahora tiene mucho dinero
porque dicen que le vendió su alma al diablo». Recuerdo que en varias
conversaciones con Falla entramos en el tema del diablo y su papel en las
vidas de las personas, incluso las nuestras. «¿Cómo te lo imaginas?», me
preguntó en una ocasión.
A la Iglesia católica, en su expresión institucional, la representaba en San
Vicente un sacerdote holandés algo mayor, de ideología marcadamente
anticomunista y opuesto frontalmente a la práctica, frecuente entre los
vicentinos, de buscar solución a sus problemas en los consultorios de los
brujos. De estos no encontré ninguno en el municipio; pero seguí, a través
de varios relatos, el viaje de salida del pueblo para consultar a uno en el
municipio de Samayac, Suchitepéquez.
Pedir tres misas en días consecutivos y dejarlas pagadas, era señal segura para
el cura de que la persona cumplía con indicaciones de un brujo. Entonces, él
decía las misas y aprovechaba las homilías para despotricar contra aquellos que
acudían a la brujería. Tuve siempre la impresión de que para los implicados,
el regaño del religioso no era más que algo por lo que había que pasar para
cumplir con las indicaciones del consultado en Samayac.
La Nueva Concepción
Concluido el trabajo en San Vicente, me trasladé al municipio de La Nueva
Concepción. Aquí estaba ante otra historia que, además, se relacionaba
con la mía, pues nací y crecí en el vecino Tiquisate, donde la United
Fruit Company (UFCO) desarrolló el cultivo y exportación de banano
durante décadas. Se trataba de un parcelamiento agrario organizado
después del derrocamiento de Árbenz en 1954, en tierras no explotadas
que pertenecieron a la UFCO y donde cada familia recibió una parcela
de sesenta y cuatro manzanas de tierra de primera. Estos son algunos
antecedentes cercanos vividos por las personas que entrevisté, y marcados
por la mística del pionero que literalmente bota por primera vez la montaña
para cultivar. Por ello no son antecedentes que lleguen hasta la Colonia.
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C
LARA
A
RENAS
B
IANCHI
E
N
BUSCA
DEL
PECECITO
DE
COLORES
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
Mi primer contacto con «La Nueva» , en términos de la investigación fue el
viaje de reconocimiento siempre presente en el plan de trabajo de Falla, y no
de las historias que se relataban en Tiquisate a finales de la década de 1950,
sobre aquella montaña donde se pensaba que quizá todavía había tigres.
Con Falla fuimos a ver, a sentir, cómo era este nuevo lugar. Recuerdo,
como si fuera ayer, que en el recorrido por el centro del parcelamiento
observamos varias iglesias evangélicas y muchas tiendas. Él se fijó en los
nombres de las tiendas y me dijo algo como: «mira cómo unas se llaman El
Esfuerzo y otras La Divina Providencia». Luego prosiguió: «para algunos
dueños el éxito está de la mano de su trabajo duro y para otros en la
mano de Dios». Aquí viví con la familia del primer catequista que entró
al parcelamiento y organizó con el sacerdote la primera misa que se ofició
en esas tierras. Esta era una familia grande de ocho, con la que compartí
habitación y comida. Recuerdo los almuerzos de domingo a la sombra de
un gran árbol de morro que tenían en el patio.
Centré mucha de mi atención en captar cómo los parcelarios manejaban
sus parcelas, cómo tomaban sus decisiones económicas y qué sucedía con
el tiempo al crecer sus familias. Encontré en La Nueva Concepción un
microcosmos de lo que se observa en el país: dueños que fraccionaban su
tierra para distribuirla entre sus hijos a medida que estos iban formando sus
propias familias; y hombres adinerados que acumulaban tierras comprando
los derechos de parcelarios que quebraban o que eran amenazados y
obligados a irse del lugar, con lo que sus parcelas podían ser declaradas en
abandono y otorgadas a nuevos beneficiarios.
Había también familias más pobres, asentadas en las orillas de la carretera y
de las trochas. Sembraban maíz en las cunetas y en esas orillas que quedaban
libres y no eran para el reparto y cultivo, en el diseño del parcelamiento. En
contraste, dentro del municipio había una finca, conocida como La Faja, que
medía un kilómetro de ancho y varios kilómetros de largo, en ese tiempo
dedicada al algodón, que se extendía paralela a la carretera de acceso. Muchas
veces, hombres de las parcelas trabajaban como «voluntarios» en esta finca
(es decir, fuera de una cuadrilla).