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U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
Pocos años después, en 1978, Falla y un pequeño grupo de jesuitas se
instalaron, en lo que se conoció como «La Biblioteca de la Zona 5», una
comunidad de religiosos inspirada por un espíritu de compromiso con los
movimientos sociales y con los sectores excluidos de la sociedad. Lo busqué
para plantearle mi inquietud de entender lo que sucedía en un territorio
desconocido del que me llegaban noticias diversas: la Franja Transversal
del Norte. Se hablaba de una carretera que atravesaría el norte bajo del
país, desde Izabal hasta Huehuetenango, en la frontera con México; de
unas tierras maravillosas en las que se podría producir cualquier cultivo;
de compañías extranjeras trabajando en la infraestructura de un oleoducto.
Era importante, y todo un reto para las antropólogas y los antropólogos,
acercarse a aquellos lugares y entender lo que sucedía. Falla se interesó en
el tema o, mejor dicho, coincidía en el interés en explorar la FTN, de la cual
me pareció estaba al tanto. Su propuesta fue entonces que pensáramos lo
de la FTN para después de un trabajo que él recién iniciaba en la prelatura
de Escuintla sobre la expresión religiosa popular en aquel departamento.
Quedamos en eso e iniciamos el trabajo en Escuintla.
Aprendiendo sobre la religiosidad popular: algunos recuerdos
Cuatro personas formamos el equipo que estudió la relación entre las
expresiones de religiosidad popular y las dinámicas sociales, políticas
y económicas del entorno, en diferentes parroquias de Escuintla. La
cuestión que guiaba nuestras indagaciones era el papel de la religión en la
vida cotidiana. Buscábamos captar sus significados y, quizás, resignificarlo
con nuevos contenidos. No hubo muchas instrucciones por parte del
coordinador, más bien unas indicaciones generales: «observa, pregunta,
anótalo todo». A lo largo de la inmersión en la cotidianidad municipal se
producían prolongadas conversaciones con Falla. En ellas se esbozaba el
posible sentido de lo que aparecía en el trabajo de campo y se ofrecían
pistas por donde continuar la indagación.
San Vicente Pacaya
El primer municipio donde trabajé fue San Vicente Pacaya, un bello lugar en
las faldas del volcán de Pacaya que había pertenecido a Amatitlán. Por esta
razón, muchas de sus historias tenían que ver con el lago y sus familias en
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C
LARA
A
RENAS
B
IANCHI
E
N
BUSCA
DEL
PECECITO
DE
COLORES
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
las que aún podían reconocerse rasgos afro, relacionados con los esclavos
negros que durante la Colonia trabajaron en los ingenios de azúcar.
Encontré alojamiento con dos hermanas que habitaban una gran casa de
esquina, muy cerca del parque central. Allí tuve un pequeño cuarto, comida
casera, conversación constante y la compañía de un loro llamado Paco, que
en una ocasión comió su estaca, cayó y avisó de lo sucedido.
Lugar de pequeños caficultores y, en aquella época, de hombres empleados
como guardaespaldas, la sociedad de San Vicente resultó ser conservadora
y de una religiosidad a flor de piel. Católicas en una amplia mayoría, las
familias del lugar conservaban altares domésticos. En ellos encontré
siempre el santo de la devoción de cada miembro de la casa que visitaba.
El altar doméstico implicaba la atención a cada una de las imágenes en él
colocadas, lo que a su vez significaba constantes rituales de rezo de novenas
en los hogares. Los lazos con la tradición eran fuertes y se mantenían así,
con ese entramado de «principios» y «cabos» de novena que a diario se
daban en alguna casa del lugar.
No sorprende entonces, que al seguir uno de los hilos relacionados con los
altares domésticos, me encontrara con los esfuerzos, hechos por las pocas
personas convertidas a otra religión en el municipio, para explicar cómo y
por qué habían quitado su altar. Los conversos, unos treinta según recuerdo,
habían optado por ser Testigos de Jehová. El proceso de conversión,
lleno de señales, incluía invariablemente la narrativa de cómo una gallina,
una ráfaga de viento o un niño travieso habían roto una o varias de las
imágenes del altar que así, perdía su lugar en la casa. Al mismo tiempo,
se abría la posibilidad de continuar el camino de los Testigos fuera de su
pueblo y hacia el Salón del Reino, ubicado en la cabecera departamental
de Escuintla.
Los relatos de conversión religiosa eran, sin excepción, historias de pérdida
de la herencia familiar que, en San Vicente, consistía generalmente en
tierras sembradas de café. Perder la tierra o acumularla fueron temas que
encontré ligados a historias relacionadas con las creencias religiosas. Una