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U
NIVERSIDAD
R
AFAEL
L
ANDÍVAR
V
ICERRECTORÍA
DE
I
NVESTIGACIÓN
Y
P
ROYECCIÓN
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
Al mismo tiempo, le supuso la adquisición de un tesoro invaluable para
un antropólogo e investigador social: la plena libertad de espíritu para
la búsqueda de la verdad y objetividad en fronteras insuficientemente
exploradas. La herencia es la espina dorsal de la reproducción del sistema y
amarra al mismo. En aquel momento rompía esa cadena y, en el fondo, se
confesaba como un revolucionario, si no de origen y bases marxistas, sí de
inspiración cristiana e ignaciana.
Además de lo que pudo significar el hecho de que fuera el superior de
este grupo un hombre posicionado ante la sociedad guatemalteca como
un pobre, que se salía por vocación del sistema y asumía que el prójimo no
es el próximo social del entorno familiar sino «ese desconocido y diferente
que precisa de mi ayuda y solidaridad, que no es aquel que yo encuentro
en mi camino, sino aquel con quien me pongo en camino»
7
. La comunidad
misma y su sede tenían una serie de particularidades poco usuales en esos
tiempos que marcaron la singularidad de esa experiencia. Para comenzar,
no tenía un lugar específico para la liturgia y los ritos sagrados obligados en
cualquier convento o comunidad religiosa. Reflejaba una cara y ambiente
laico, cómodo para cualquier mujer u hombre que se acercara. Se fue
montando –como escribía Fernando Hoyos a su familia–, ajustando tablas
de pino traídas de la avenida Bolívar, literas, 150 ladrillos y bloques, pues lo
que abundaba eran los libros, sobre todo de Ricardo Falla, que recién había
acabado su doctorado y se sumergía en la elaboración de su tesis bajo la
dirección del antropólogo norteamericano Richard Adams.
Se estaba preparando una comunidad o contingente «de caballería ligera»,
muy libre y ágil para avanzar y explorar campos nuevos y escenarios insólitos
para muchos jesuitas en Centroamérica. En otras partes de América Latina
y de Europa ya había proyectos avanzados. Mejor dicho, tal vez siempre los
hubo en otros contextos. Pero este era el nuestro y de nuestra época.
La Comunidad de la Zona 5 era sobria y austera, sin adornos. Estaba
ubicada muy discretamente en la 19 avenida; no había señas externas salvo
el número 27-13, como las de todos los vecinos. Disponía de espacios
7
Roberto Oliveros, «Historia breve de la teología de la liberación (1962-1990)», en Misterium
Liberationis, tomo I, ed. por Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino (El Salvador: UCA Editores, 1991),
17-50.
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E
NRIQUE
C
ORRAL
A
LONSO
I
NVESTIGACIÓN
Y
COMPROMISO
SOCIAL
A
FONDO
Entrega especial Ricardo Falla, S. J.
reducidos, aunque no tanto como los palomares de enfrente, los cuales
quedaron al desnudo de su extrema pobreza con el terremoto del 4 de
febrero de 1976, como sucedió en todo el país. Disponía de una sala
común y de comunión abierta para la celebración, la discusión, el análisis,
la formación y lo festivo. Este elemento del homo festivus, el «Cristo arlequín»
que reivindicaba el teólogo norteamericano Harvey Cox en la sociedad
moderna, la verdad es que disponía de poco espacio en la casa y al parecer
era soñado y extrañado por Ricardo.
Había dos cosas que podían llamar la atención en aquellos momentos.
Una era la composición del grupo. ¿Quiénes eran esos jóvenes diversos
que vivían allí, que entraban y salían a pie, en bicicleta o en moto, con sus
morrales típicos, normalmente alegres y desenfadados?
Otra eran las visitas de personas y personalidades que llegaban y después se
perdían discretamente en la barriada. A dicha comunidad llegaban políticos
conocidos de El Salvador como Guillermo Ungo; de Guatemala, José Miguel
Gaitán, el coronel Cruz Salazar; en alguna ocasión llegó Anna Borghini,
esposa de Manuel Colom; expertos en cooperación para el desarrollo y la
educación como Manolo García, Julio César Arriola y Guillermo Corado;
escritores e intelectuales como Severo Martínez, Joaquín Noval, Richard
Adams y Tania, su hija; el pediatra y antropólogo Juan José Hurtado; con
distintas motivaciones y búsquedas llegaban también sus hijos Elena,
Leonor, Laura, Margarita y Juan José Hurtado; Mario Solórzano Foppa,
brillante conductor del programa de televisión Estudio Abierto
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y director
del periódico Nuevo Diario; Juan Pablo y Silvia, sus hermanos, sobrinos de
Ricardo Falla; Violeta Alfaro y Mario Carpio, el alma de Inforpress; el analista
y periodista Manuel González. También frecuentaban la casa universitarios
con distintas inquietudes y curiosidades, ya fueran políticas, educativas o
conspirativas, como Víctor Ferriño, Mariano Bonilla, Gustavo Meoño. Doña
María Teresa de Villa era visitante frecuente pues nos estaba tramitando la
nacionalidad guatemalteca a los que éramos de origen español, una decisión
que habíamos tomado por compromiso, pero también por precaución
ante amenazas de que se nos quitaría la residencia y nos expulsarían del
país. Doña María Teresa murió en la Embajada de España, el 31 de enero
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Programa de televisión independiente, abierto a diferentes voces nacionales del sector
económico, político y social.