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Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 49-94, ISSN 2617-037X

espacios democráticos, del trauma del 54

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, de una visión que les acercó al 

sufrimiento y explotación de otros sectores como el campesino y el obrero.

Esta afirmación requiere matices, por supuesto. Muchos estudiantes 
tuvieron experiencias particulares de afrentas e injusticias dada su 
proveniencia de ciertos sectores sociales como los urbanos marginales o 
de sectores indígenas que entraron a la USAC, sobre todo a partir de la 
década de los setenta. Otros se «identificaron» con el sufrimiento de estos 
colectivos mencionados en experiencias como el Ejercicio Profesional 
Supervisado (EPS) o en su trabajo de reconstrucción posterior al terremoto 
de 1976. Pero muchos otros adoptaron una perspectiva nacional a partir 
del discurso revolucionario

50

.

Además, y este es el segundo elemento importante, desde su posición de 
clase media, aspiraron a transformar el país a partir de su involucramiento 
en la actividad revolucionaria. Creyeron que, como colectivo, tenían 
participación en la transformación del país a partir de un horizonte de 
transformación revolucionaria, socialista. 

Derivado de esto, y de otras condiciones como la necesidad de organizar 
e influir en distintos colectivos como parte de su proyecto político-militar, 
se produjeron relaciones entre la guerrilla y los movimientos populares. 
Sin embargo, estas relaciones, hay que insistir, no fueron como lo declarara 
en repetidas ocasiones el Ejército, de «simples correas de transmisión» del 
movimiento popular o de considerar, en el caso más específico, a la USAC 
exclusivamente como «cantera de cuadros» de la guerrilla.

Las relaciones específicas cambian de acuerdo al movimiento que se analice, 
la organización que busque influenciar o el período de tiempo a estudiar, pero 
se puede considerar que las relaciones entre las organizaciones guerrilleras 
y el movimiento popular, incluyendo el movimiento estudiantil, fueron 
más complejas que las caracterizaciones que se hicieron desde el Ejército y 
que, en muchos casos, se limitó a posicionarlas como el «enemigo». 

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 Se refiere al trauma dejado por la Contrarrevolución de 1954, movimiento político y militar, 

encabezado por Castillo Armas, y orquestado por Estados Unidos de América, la United Fruit 

Company y algunos terratenientes guatemaltecos, que provocó la renuncia del presidente de 

Jacobo Árbenz el 27 de julio.

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 Agradezco a Luis Pedro Taracena sus observaciones al respecto.