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la

 

memoria

 

revolucionaria

 

indígena

1974-1981

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ergio

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Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X

falta de educación formal la contrasta con la fuerza y el compromiso que 
siente hacia la emergente causa, hacia su nueva «familia por opción». En 
su rememoración de aquel momento, responde a la pregunta del padre, 
evadida en un primer momento. Su deseo de ser combatiente no es algo 
nuevo, ya se lo había dicho en su cumpleaños.

La charla la enmarca en el «recuerdo de los aromas, temperaturas, acciones 
dentro la cocina materna», espacio determinante desde donde habla. Boc 
narra con detalle el movimiento de la voluntad de sus padres a la par del 
calor del fogón, del humo:

Mientras mi madre soplaba el fuego, mi padre fue cediendo. Ella sacó el agua de 
adentro de la tinaja y la echó en el jarro de barro para el café. Mi padre cambió de 
opinión: “has cambiado mijo”, dijo y a continuación “creo que tenés la razón pero 
debés cuidarte mucho”. “Está bien”, le respondí y nos reímos. Tomé la iniciativa y 
de una vez les conté que solo tenía veinticuatro horas para estar juntos, “mañana 
los dejo”. “¿Otra vez?” preguntó mamá muy preocupada. “Sí, me voy a un curso”. 
No me lo creyeron, rápido pensaron que estaba bromeando

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.

Es precisamente aquí donde comienza el retorno crítico, aumentado, 
de aquella otra vivencia de 1978 que describe con semejante detalle 
y detenimiento: el abrazo de su madre cuando regresa destrozado 
emocionalmente de la finca malacateca. Empero, ahora se confronta a la 
retención de su madre, a su preocupación, a un momento de su amor que 
busca resguardarlo pero, a la vez, mantenerlo como niño indefenso. 

La pregunta «¿otra vez?» es la expresión hablada del ambiente de la cocina 
y del soplo del fogón. Al día siguiente debe marcharse, situación que nos 
presenta Boc desde una polifonía de diálogos e interjecciones: 

A las diez de la mañana del siguiente día llegó Haroldo, saludó a mi padre y le 
dijo: “paso trayendo al compañero Héctor”. Mi padre respondió: “aquí no vive”. 
Al escuchar salí y le dije a Haroldo: “llegó la hora, caminemos”. Rápido recordé: 
“¡el contacto frente a las oficinas de Galgos es hoy!”. “Sí, vamos...”. Mi padre 
preguntó: “¿son amigos? ¡ah, son amigos!”, se respondió. “Sí”, le dije. Mi madre 
lloró, me abrazó y me repitió: “¡No te vayás mi muchacho!”. Les repetí: “me voy 
por poco tiempo, solo serán unos meses”. Yo estaba inquieto, mi madre dolida 
profundamente, mis hermanas mayores se encontraban trabajando de domésticas 
en la ciudad y mis dos hermanos trabajaban haciendo leña

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56

 ibid.,

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 ibid., 49.