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Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X

Santiago Boc es recibido con sorpresa por su padre y su madre, curiosos pero 
a la vez preocupados por no saber de él. Mientras en mayo había eludido las 
preguntas de su padre y evitado despertar a su madre en la madrugada, seis 
meses después asume la decisión de presentarse como guerrillero.

Primero fue el silencio y salir a hurtadillas de su casa. Ahora es recibido 
con abrazos y cuestionamientos. Su padre le pregunta: «¿Por qué no me 
contaste? ¿Por qué no compartiste conmigo?»

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. Es momento de enfrentar 

las dudas y posibles recriminaciones de sus padres:

Yo entré reprimiéndome, me reí y le dije: “pues si le digo no me hubiera dejado 
ir. Es más” –le seguí explicando– “con lo que nos ha tocado vivir con la familia, 
con lo que he aprendido de usted, ha sido y es lo mejor. Desde los nueve años 
lo acompañé a reuniones y fuimos a las fincas. Déjenme, sé que no es su culpa 
que yo no haya estudiado. Creo que estoy claro de lo que pasa, me siento con 
fuerzas y con compromiso. Los compañeros en San Marcos me esperan y, dentro 
de la familia, que sea a mí a quien le toque estar en la montaña”. Y continué: “¿se 
recuerda que un día de mi cumpleaños se lo dije, para mí no hay otro futuro?”

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Esta explicación es sumamente rica, resaltemos algunos aspectos que 
interpreta de la situación. Uno, inicia Boc con cierto temor a su padre, 
sintiéndose acusado y hasta con una ligera culpa. Justifica el ocultamiento 
de la decisión para protegerla del ámbito de decisión paterna, parecido a 
quien le da sombra a una pequeña planta ante la fortaleza del sol.

Sus palabras son, pues, «protectoras de un ámbito de decisión individual», 
de separación del joven respecto a los padres. Su punto de partida es una 
desobediencia, una rebeldía. Dos, Santiago pasa a la ofensiva para justificar 
su decisión desde la situación de pobreza de la familia y del ejemplo de 
lucha, de organización, del propio padre. Con esto respalda su alzamiento 
como continuidad de las reuniones campesinas en el caserío y el recuerdo 
del trabajo explotador en las fincas. Su participación en la revolución, «en 
la montaña», será la contribución de la familia Boc Tay a la lucha popular. 
Tres, la plática con sus padres se va convirtiendo en una reflexión personal 
y a la vez colectiva de su vida como niño, hijo de una familia indígena 
Kaqchikel, mozos, luego jornaleros, en constante búsqueda de enfrentar la 
vida. Sabe que no es culpa de ellos no haber podido estudiar. Empero, la 

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 ibid.

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