123
S
antiago
B
oc
t
ay
y
la
memoria
revolucionaria
indígena
,
1974-1981
S
ergio
P
alencia
F
rener
Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X
marquense. En ese contexto, Boc recibirá la instrucción de participar en
un viaje de entrenamiento hacia la meca de la revolución latinoamericana.
5. Entrenamiento en Cuba y Nicaragua
Poco antes de cumplir seis meses de alzado, Boc y otro compañero Kaqchikel
pidieron permiso para visitar a sus familias en San Martín Jilotepeque. Para
su sorpresa, su encargado directo, el capitán Nayo, les concedió la solicitud:
«también es importante decirles que la organización los ha elegido a ustedes
para su preparación –por su entrega en las tareas diarias y su identificación
con los principios de nuestra lucha y la organización– para realizar un
viaje de entrenamiento a Cuba»
50
. Corría la primera semana de octubre de
1980. Los contactos y lugares fueron planificados para llegar a la Ciudad de
Guatemala y, a partir de ahí, tomar un avión rumbo a Honduras. «La noticia
para mí fue bienvenida, me sorprendió y me motivó. Sentí una emoción
grande y empecé a buscar el momento para despedirme de un amorío que
quedó interrumpido cuando eran las once de la noche»
51
. El haz de luz
de una linterna los sorprendió en plena despedida amorosa: «“¡Viene el
relevo!” y muy fácil nos absorbió la oscuridad de la noche entre bejucos,
broza y esa posta que no olvido»
52
. Al día siguiente caminaron a la aldea
Tocache, luego al pueblo de San Pablo para, finalmente, llegar a Malacatán.
Eran las nueve de la noche cuando llegaron a la Ciudad de Guatemala. Al
siguiente día, luego de pasar la noche en un hostal, Boc se dirigió al caserío
La Unión, para compartir su ya tomada decisión de alzarse con la guerrilla:
Desde arriba divisé a mi padre entre las milpas, a cincuenta metros de la casa. Me
dirigí a esta y nos saludamos con mi mamá. “¡Hijo!”, exclamó. Mi papá escuchó y
llegó donde estábamos. Nos abrazamos después de seis meses de no vernos. Por
primera vez me había ausentado tanto tiempo. Antes del abrazo nos estrechamos
la mano y me preguntó: “¿Por dios, mijo, qué te hiciste vos hombre? Contanos por
dónde te fuiste”. Mi madre le secundó en coro: “¡Mi muchacho! ¿Qué te hiciste
mijo, hombre?”. Me contaron que me buscaron en varios lugares. Para entonces ya
tenía mis diecisiete años, con claridad política ideológica básica
53
.
50
Boc Tay, Memorias del Tajumulco, 47.
51
ibid.
52
ibid.
53
ibid., 48.