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Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X
que irse preparando porque pronto nos iremos a unir para luchar”. Me ofreció que
me fuera a recibir un curso, yo me entusiasmé pero al terminar la jornada de la
temporada de trabajo no nos volvimos a ver con ellos jamás.
Este momento de su libro es importante porque nos muestra las pláticas
que tenían entre sí los jornaleros en diversas fincas. Estos trabajadores son
de origen Mam y Kaqchikel, han visto pasar a los guerrilleros cerca de sus
aldeas, sintonizan por las noches la radio sandinista. Denota una experiencia
colectiva donde la organización campesina se genera desde una situación
donde se veía cada vez más inminente un enfrentamiento armado.
En las reuniones en las que participé junto a mi padre siempre escuché las palabras:
“organización”, “lucha”, “los ricos tienen las mejores tierras y se ubican en la Costa
Sur, nosotros los pobres que sabemos producir la tierra, no las tenemos”. En el
caserío nos reunimos diez jóvenes, el término generador salió de nosotros mismos
aunque más era una interrogante: “¿Por qué somos muy pacíficos nosotros?”.
Platicamos, nos entró la noche. Para mí esto fue muy importante. Ya habíamos
escuchado radio Sandino. Esas noticias habían llegado a nuestros oídos. En
conclusión: “hay que rebelarse y eso es en contra del gobierno de los ricos”. Así lo
puntualizamos. Yo me mantenía en espera de que llegara el momento que alguien
me platicara de eso. En una radio escuché: “Si Nicaragua triunfó, Guatemala
también debe triunfar”. Lo recuerdo como un comentario relevante para aquellos
momentos, no me acuerdo de la emisora
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.
La tercera ocasión también sucede en un ambiente de trabajadores, esta vez
urbanos. Se trata de albañiles y fontaneros en una construcción de una zona
popular de Ciudad de Guatemala. Santiago Boc recuerda las meditaciones
que tuvo mientras un compañero de trabajo, de nombre César, lo quería
convencer para prestar servicio militar. Boc recrea la escena como una de
silencio y escucha, pero también de salida hacia una decisión.
“¡No mano!”, me dice él, “andá y te presentás al cuartel, metete en el Ejército!
Este chance no es para vos, allí te van a poner fibra mano”. En el caserío La Unión
en donde vivía con mi familia ya se rumoraba de la Organización del Pueblo en
Armas. Habían aparecido pintas de Orpa [sic] en algunos postes de los caminos.
Mientras escuchaba a César y su propuesta no contesté nada. Él me repetía “yo
trabajo en la Policía Militar Ambulante” mientras por mi parte pensaba en las
pintas de Orpa que había visto en los caminos
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23
ibid.
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ibid., 32.