107

S

antiago

 B

oc

 t

ay

 

y

 

la

 

memoria

 

revolucionaria

 

indígena

1974-1981

S

ergio

 P

alencia

 F

rener

Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X

La opción de ser combatiente revolucionario se va presentando 
paulatinamente por el autor. Son tres los preámbulos a la decisión de 
alzarse. La primera es cuando aún está en su caserío, hacia 1976, en un 
lugar que describe como rodeado de milpas, de nuevo junto a su padre: 

Cuando cumplí trece años estábamos entre las milpas con mi papá y le dije: 
“papá, si yo viera a los guerrilleros me iría con ellos”, y le causó risa. “Pues un 
día otras personas comentaron que los vieron arriba del municipio de Santa Lucía 
Cotzumalguapa, que cargaban mochilas y estaban armados”, le dije. Las milpas 
se movían como un mar que me cubría hasta el cuello con sus hojas

20

. Este comentario tan 

alegre lo hice el día de mi cumpleaños. 

La segunda vez ya no es sembrando milpa en su tierra, sino ya como 
jornalero en la finca La Marina, ubicada en Santa Rosa. Junto a sus paisanos 
Fulgencio y Reginaldo habían llegado en busca de trabajo en junio y julio 
de 1978. Por esos días las manifestaciones en la capital iban en aumento no 
solo con la reciente salida a luz pública del Comité de Unidad Campesina 
(CUC), el 1 de mayo de 1978, sino con las protestas de estudiantes y 
campesinos contra la masacre de medio centenar de Q’eqchi’ en Panzós, 
Alta Verapaz

21

En ese ambiente de efervescencia e indignación social, Santiago Boc 
escucha cómo varios jornaleros de Huehuetenango ya hablan de dejar de 
trabajar para las fincas y alzarse en armas con el Ejército Guerrillero de los 
Pobres (EGP), movimiento rebelde que operaba en ese entonces en los 
departamentos del occidente del país entre la población indígena Ixil, Mam 
Q’eqchi’ principalmente. El lugar que nos narra ya no es «la milpa de la 
aldea» sino el de «una porqueriza en una finca».

Cuando estaba todavía en la finca La Marina, la de la cochiquera hedionda

22

, dos 

jóvenes del departamento de Huehuetenango me contaron que ellos veían pasar 
a los guerrilleros por su aldea. Yo muy inquieto les pregunté: “¿Quiénes y cómo 
son?”. Los jóvenes huehuetecos dijeron que ya no iban a seguir trabajando en las 
fincas. Me dijeron: “nosotros nos vamos con los guerrilleros”. Esto me sirvió de 
información. También el caporal de esa finca que era mi paisano me comentó: “hay 

20

 ibid., 36, cursiva propia.

21

 Un finquero llamado Flavio Monzón había pedido con urgencia la presencia del ejército ante 

el creciente descontento de las comunidades Q’eqchi’ por el robo de sus tierras y la represión de 

sus líderes. 

22

 Boc, 

Memorias del Tajumulco, 33, cursiva propia.