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S

antiago

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oc

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ay

 

y

 

la

 

memoria

 

revolucionaria

 

indígena

1974-1981

S

ergio

 P

alencia

 F

rener

Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X

Mis hermanos mayores tenían más de diecisiete, yo tenía diez años. Nosotros en la 
nómina estábamos como ayudantes. A los dos más pequeños, mi hermana mayor 
y yo, solamente nos daban la mitad de ración de comida, consistía en 15 tortillas 
divididas para la cena y que alcanzara para el desayuno del día siguiente

11

.

El contrato laboral finquero consistía en aprovechar la fuerza de trabajo 
familiar, comunal, como agregado a un representante, generalmente 
hombre mayor. La medida de las tareas podía por lo tanto exigir la 
cooperación familiar de mujeres y niños en un sueldo, de por sí, bajo. Los 
campesinos se organizaban por cuadrillas esperando la instrucción del 
caporal: «En columna caminamos como una formación en busca del señor 
caporal, quien soplaba el cacho o una bocina brillosa de metal»

12

. Muy 

distintas serán «las columnas» que nos describirá después en su vivencia 
con las aldeas Mam de San Marcos, ya en los años del alzamiento.

Entre 1974 y 1975, mientras su caserío disputaba la tierra a la finca Don 
Tomás, Santiago Boc, su padre y sus hermanos migran a las fincas La Suiza 
y San Bernardo, en Escuintla y Santa Rosa respectivamente.

Durante este viaje recuerdo que mi hermano Max se enfermó y hubo que evacuarlo 
de la finca. Papá lo sacó tres horas a tuto para tomar el bus en la aldea más cercana. 
Lo regresó a la casa sin medicina y lo dejó a la suerte en los brazos de mamá

13

.

El país entero es experimentado por el autor como una enorme finca, 
llena de enfermedades, hambre y trabajo extenuante. Pero no solo esto, la 
finca está presente tanto afuera de la comunidad como adentro. Lo que los 
capataces representan en el espacio finquero, los comisionados militares lo 
cumplen en las calles de los pueblos. Así, en 1976, cuando trabajaba para 
la finca El Colorado, en Santa Rosa, el autor relata una de estas cacerías de 
jóvenes para ser integrados a las fuerzas armadas estatales: 

Fuimos el primer día domingo al pueblo de Barberena cuando de repente un 
grupo de comisionados militares armados se apearon de un camión civil y con 
fuerza agarraron a mi primo y a mi hermano Joaquín y se los llevaron. Yo me 
quedé horas perdido y asustado

14

.

11

 Boc, 

Memorias del Tajumulco, 24.

12

 ibid.

13

 ibid., 25.

14

 ibid., 27.