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la

 

memoria

 

revolucionaria

 

indígena

1974-1981

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Revista Eutopía, año 2, núm. 4, julio-diciembre de 2017, pp. 97-138, ISSN 2617-037X

Lo particular en el escrito de Santiago Boc es que va surgiendo «la 
comunidad indígena como sujeto de lucha», tanto en las gestas públicas, de 
carácter nacional, como en las silenciosas al interior de las fincas de mozos. 
En mayo de 1974, la comunidad Kaqchikel del caserío La Unión reclama 
el pago de las prestaciones debidas por la finca Don Tomás. El capataz, 
un hombre llamado Ángel María Gálvez según el libro, es quien llama a 
la Policía Judicial para reprimir el movimiento en este caserío chimalteco. 
Al no encontrar a uno de sus líderes, su tío Aurelio, los agentes estatales 
secuestran a su esposa, hija y otros vecinos: 

Los desconocidos llevaban un listado y de los nombres que ellos mencionaban 
nadie aparecía. Dispararon ráfagas, algunas personas dijeron que sonaban como 
cuetes. Se llevaron a mi tía Natalia, con su nena en brazos. Ella les suplicó que 
le permitieran entrar a su casa para llevar ropa de su nena, no dejaron que se 
moviera. Se llevaron de otras casas a Julio, un señor vecino del lugar, a Lázaro, 
mi primo. Eran seis en total los vecinos capturados violenta e inexplicablemente. 
Yo asustado, bordeando el río llegué a la casa y conté lo que vi. Al anochecer se 
reunieron los mozos a comentar el acontecimiento

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Estamos hablando de un secuestro colectivo cuatro años antes de la llegada 
de las guerrillas a la región. A pesar de la persecución, las familias del 
caserío La Unión trabajaron la tierra ocupada. Las amenazas de represión 
eran cada vez mayores. Boc trae a colación una en especial por parte de la 
hermana del capataz de la finca: «¡Ay indios, la policía les vamos a meter!»

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En los meses siguientes, estando la milpa ya alta, un policía llegó para 
resguardar los tractores usados por el finquero para destruir el trabajo de 
La Unión. El conflicto arreciaba. Sin aclarar la fecha, Santiago Boc recuerda 
cómo el líder del movimiento por la tierra, Isidoro Ajú, fue baleado por 
un esbirro ladino del patrón. Si bien sobrevivió, los ánimos se caldearon 
y la comunidad de La Unión manifestó en plena cabecera municipal, algo 
inusitado en una región de marcada división estamental entre las aldeas y 
la cabecera. Ante la constante lucha y la incapacidad para someterlos, el 
propietario cedió una caballería a favor de sus antiguos mozos, sin una 
indemnización monetaria. Para el año de 1977, los trabajadores del lugar 
habían logrado una transformación agraria por sí mismos, una suerte de 

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 ibid., 21.

6

 ibid., 22.