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Dirección de Artes Landívar
FUENTE: CEDIDA POR ANA WERREN (2017).
Nuestros barquitos que viajan en este mar, el nuestro, el de la profundidad
imaginada. ¿Podría ser que mojan, transpiran sal y se escuchan?
Para mí, ver la obra en el escenario es una experiencia diferente. Todos los
días, en el estudio, la miro casi sin poder tomar distancia de ella. Acabo de
comprenderla mejor, porque puedo verla desde distintos ángulos y alturas.
Comprendí que la primera sección, con sus diseños espaciales elípticos y su
ritmo pegajoso es exactamente como el mar, aunque no parezca. Tiene el
ritmo y ese desplazamiento que hace que una rama de palmera desaparezca
en un lugar y aparezca después, lejos, por otro. Que la parte del enojo con los
papeles es como cuando decimos que el mar está bravo, porque tiene enojo.
Y es eso lo que miro en los gestos de los bailarines, un mar enojado, rápido,
directo y con peso fuerte. Cuando el barquito va dibujando recorridos y no
puedo quitarle la mirada, es algo definitivamente nostálgico. Me encanta
ver al barquito recorrer el cuerpo de los bailarines mientras escucho a
Edith Piaf y Maysa Matarazzo. Me parece que esta sección relaciona dos
momentos que normalmente no suceden al mismo tiempo, un barquito de
papel y una canción triste. En la parte que le llamamos ritual, las huellas se
vuelven barquitos y estos marcan los lugares donde estuvo cada quien, como
atestiguando su presencia en el tiempo.
Fotografía 4