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Relatos del proceso creativo contemporáneo

Que sea atrevida, que nos conecte con distintos caminos, que el mar sea el suelo, 

el suelo nuestros cuerpos y, nuestros cuerpos los de otros. 
Llega el momento en el que hay que decidir: escoger y descartar movimientos. 

Siempre me ha parecido interesante que al escoger algo, se queda un chorro de 

movimientos fuera. Me pregunto qué pasa con lo no escogido, el camino que 

no se camina. ¿Se vuelve una danza escondida? ¿Un camino en una realidad 

paralela? Casi como por arte de magia surgen relaciones de movimiento que 

dictan el camino de la obra, la que toma sentido y que siento en el cuerpo. 

En esos días, bastante atraída por el ritmo de una banda que les gustaba a los 

bailarines, empezamos a movernos en relación al tiempo y al peso del cuerpo. 

Quise que experimentáramos usando ese ritmo pegajoso, del mar que va y viene, 

del baterista que apareció el año pasado en uno de mis sueños. Me interesaba 

esa cohesión rítmica y me ayudaba a empezar a tomar decisiones concretas.
Que sea salvaje como el mar, que descubra lo que no conozco de mí y de los 

otros, que no pare, que sea como la marea, que la magia encuentre el camino, 

que me sienta parte del piso con olas profundas y delicadas, que sea extraña y 

fascinante, que los que la miren quieran viajar, que tenga sentido del humor y 

que sea frágil. Que avance y retroceda, que tenga remolinos.
Y llegó el día de la obsesión del barquito. Ese pedazo de papel que se convierte 

en barco. Que no está en el mar. Que está en nuestro mar imaginado, de la 

profundidad imaginada. El barquito que viaja en los cuerpos en movimiento, 

en las venas, por adentro.

Fotografía 2 

FUENTE: CEDIDA POR BERNARDO EULER COY (2017).