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Dirección de Artes Landívar
Delia no teme reconocer que existen prácticas tradicionales que no
comprende completamente, pero que pone en escena para entablar un
diálogo con el público. Tampoco teme reconocer que no tiene formación
académica en teatro, pero sí una experiencia acumulada desde la observación
de los colectivos de las comunidades en donde se crean diálogos grupales y
comunitarios, donde se es creador de conocimiento y autoconocimiento. Ella
interactúa con el conocimiento ancestral, porque está segura que entabla un
diálogo con lo contemporáneo. Durante su ponencia, la voz de la abuela surge
en innumerables referencias. Su voz estuvo presente a través de Delia todo el
tiempo: «Mi abuela me dijo que si yo quería ser viento, lluvia, sol, tenía que
hacerlo con responsabilidad».
En la Delia que vi a diario en los pasillos y oficinas de Artes Landívar y la Delia
que vi la mañana que estrenó su monólogo «De las lunas que enterramos» hay
una larga distancia, ahí radica su alta calidad y su responsabilidad como artista.
Nos une una experiencia en común que nació la mañana que estrenó para
nosotros (los de Artes Landívar) esta obra; además, ella lleva el nombre de mi
abuela. No creo que los artistas nazcan con esa estrella solamente, ellos se van
nutriendo con otros cantos y otros sentires respirados de otros alientos, de
tristezas llenas de impotencia o de alegrías genuinas compartidas.
Esa mañana descubrí –mientras las lágrimas corrían irremediablemente
buscando una salida a lo que mi alma sentía en ese momento al verla– que
nuestras abuelas fueron (y siempre seguirán siendo) referencias vitales y
universales, porque la sabiduría posee la característica de la universalidad.
El arte –repito– abre puertas insondables que nunca se vuelven a cerrar. Y
Delia abrió la puerta de mi casa materna y me condujo de la mano hacia mi
abuela, mientras veía en sus ojos interrogantes a mis propios ojos de niña,
tratando de entender cada gesto, cada expresión, cada historia. A través de ella
pude beber de las palabras de su abuela. Como lo hice yo tantas veces con la
mía, no frente al comal sino frente a una máquina de coser.
Tal vez por eso y porque el reencuentro con Delia, ahora que mi abuela se
acaba de marchar, duele más, y todo ello hace que sea difícil escribir estas
líneas. De alguna forma –consciente o inconscientemente– busco que este
sea un homenaje, una dedicatoria o una catarsis, y un minuto de reverencia
a nuestras abuelas. No lo sé. Lo que sí sé, es que venimos de ellas y hacia ellas
regresaremos siempre.
En todo caso lo que sí sé y comparto a través de este texto es que la fuerza
femenina de las abuelas/madres como herencia ancestral estuvo presente en