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Relatos del proceso creativo contemporáneo

van hilando de un sitio a otro como en un soporte que puede ser leído o 

reconstruido diferentemente por la memoria oral, por haberse «grabado» en 

los distintos lugares y parajes de su entorno.

Así, si consideramos sólo al pueblo (localidad) de San Mateo Ixtatán 

tendríamos que el paraje de Chialón es uno de los escenarios iniciales de las 

disputas míticas por el control de la sal, que involucró a los más tarde llamados 

zapalutas o tojolabales, que la gruta de Pakumal constituyó uno de los puntos de 

habitación en el desplazamiento que protagonizaron los Chuj de San Sebastián, 

después de haber salido de San Mateo, donde tienen su origen mítico. O bien 

que la actual aldea de Chichjoj, ubicada en una pequeña joya, albergó una 

propiedad de ladinos, donde se hizo evidente el abuso que un grupo social con 

el aval gubernamental, ejerció sobre los Chuj y donde los pobladores locales, 

reducidos a «trabajadores» de dicho propietario, sobrellevaron la situación 

hasta el momento de la salida del poblado de la mayor parte de ladinos, en 

los años setenta e inicio de los ochenta. O bien, que el encantador valle de 

Yichcaw fue un crudo escenario del conflicto armado interno, que durante los 

años ochenta fue ocupado por el ejército para instalar allí un destacamento 

militar donde hubo enfrentamientos con la guerrilla, se torturaron y mataron 

personas, y se tuvo que «patrullar» hasta 1996, por todos los hombres Chuj 

cuyas edades comprendían de entre 18 y 50 años, obligados a integrar las 

Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) (Piedrasanta, 2003).

Esta manera de registrar los hechos asociados al lugar, evidentemente implica 

no sólo un tipo de apreciación, sino una toma de posición respecto a los 

hechos narrados. Así cada paraje, aún si ligados entre sí unos con otros, cobra 

una vida particular, y el conjunto del paisaje de transición de esta zona se 

carga de sentidos y significados «vividos».

Este proceso transmitido por medio de la tradición oral, puede considerarse 

como una «lectura del paisaje» que ha sido utilizado por los Chuj como una 

forma fundamental de apropiación «vivencial» que involucra y teje por igual 

lo mítico e histórico, y por vía, permite ordenar su entorno.