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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

colonial en las Américas. Las ideas de la ilustración también 

se extendieron en el tejido social a partir de numerosas 

reuniones, donde se exponían nuevas formas de tratar la 

literatura, la política, la ciencia y la filosofía.

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Particularmente en sus últimos treinta años, el siglo 

XVIII pareció vivir un período histórico en el cual, producto 

de la evolución global de las fuerzas productivas, tanto las 

fuerzas económicas como el pensamiento de la burguesía, 

cobraron fuerza expansiva. Lo que ocurrió aprovechando, 

claro está, el largo empuje civilizatorio paneuropeo que 

venía produciéndose desde el Renacimiento y a lo largo de 

los siglos XV, XVI y XVII.

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Se debe considerar que lo anterior fue una etapa 

clave, de lo que siglos después comenzó a nombrarse 

globalización. Es decir, el proceso de expansión a escala 

planetaria del capitalismo y la imposición del proyecto 

civilizatorio que le es consustancial. Se sabe, además, 

que buena parte de ese empuje civilizatorio global tuvo 

que ver con la llegada a Europa de las riquezas extraídas 

del Nuevo Mundo y con el desarrollo de los sistemas y 

tecnologías necesarias para asegurar el acceso, control 

y usufructuo de los recursos extraídos del territorio y de 

la energía vital de los pueblos sometidos al colonialismo. 

Pero el empuje de la burguesía europea cabalgó, no solo 

sobre las transformaciones económicas y tecnológicas de 

la época, sino que también cobró dinamismo por el efecto 

de las revoluciones en curso, tanto en Inglaterra como en 

Holanda (1760-1840). La Revolución de Independencia de 

las trece colonias de la Gran Bretaña, la Revolución francesa 

y la Revolución Industrial en Inglaterra fueron episodios 

culminantes de ese complejo proceso de crisis y expansión 

civilizatoria de los países noratlánticos.

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La Ilustración también abrevó del racionalismo y el empirismo del siglo XVII 

(Galileo, Leibniz, Newton, Descartes, Locke, Bacon, Spinoza). 

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No obstante, el concepto «Renacimiento» se pensó y enunció como tal, hasta 

el siglo XIX.