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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Dentro de las cuestiones esenciales que señala Piketty, 

en sus conclusiones, se destacan puntos de vista acerca 

de cómo la economía de mercado, por estar basada en la 

propiedad privada, requiere que el mercado sea regulado 

pues de lo contrario, si este se deja funcionar libremente 

«poderosas fuerzas de divergencia…amenazan a las 

sociedades democráticas y los valores de justicia social en 

las que estas se encuentran basadas» (Piketty, T., p. 571). 

También Piketty subraya que la principal fuerza 

desestabilizadora del capitalismo radica en el hecho de una 

tasa privada de ganancias del capital considerablemente 

más alta que el  crecimiento de los ingresos, lo cual significa 

que la riqueza acumulada en el pasado crece más rápido 

que la producción y los salarios, dicha desigualdad expresa 

una contradicción que inevitablemente conduce a los 

empresarios a convertirse en rentistas en forma creciente.

El capital cuando funciona –señala Piketty–, se 

reproduce mucho más rápido que la producción de manera 

que «el pasado devora el futuro», las consecuencias de 

esta dinámica en el largo plazo se vuelven  aterradoras, 

especialmente si se toma en cuenta que las tendencias 

a una concentración brutal de la riqueza prevalecen. Y 

como esta contradicción se manifiesta  a escala mundial  

el problema  se vuelve  enorme y sin ninguna  solución 

simple. Todos aquellos países en la frontera tecnológica 

–que es prácticamente la totalidad del planeta– tienen 

amplias razones para creer que no estarán en la capacidad  

de crecer a las tasas del 4 a 5 % que se  requerirían para 

no quedarse atrás de las economías avanzadas. Durante el 

siglo XX fueron necesarias dos grandes guerras mundiales 

para que se redujeran un tanto las excesivas ganancias del 

capital, creando la ilusión que la contradicción estructural 

fundamental del capitalismo había sido superada como 

recuerda Piketty, pero con el promedio actual de ganancias 

actual (4 %  a 5 %) resulta muy probable que esto será de 

nuevo la norma del siglo XXI, como lo fue durante toda su 

historia, desde los inicios en los siglos XVII y XVIII hasta las 

vísperas de la primera guerra mundial (ibid., p. 572).