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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
Mundial de lo contrario será muy difícil enfrentar la reacción
de las elites conservadoras a escala global, para lo cual hay
que prepararse como señala Santos
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.
De manera que por «democracia radical» habría que
entender un movimiento político contra la hegemonía del
capitalismo a nivel global, como parte de la lucha por una
«democracia de alta intensidad» que incluye otras prácticas
democráticas y otros tipos de democracia. A diferencia de lo
ocurrido durante buena parte del siglo XX, cuando dictaduras
totalitarias opuestas a la democracia representativa
pretendieron disfrazar u ocultar la dictadura bajo otros
calificativos (el comunismo y el fascismo), en la actualidad,
no se trata de substituir la democracia representativa por
una democracia participativa (o comunitaria), consideradas
como más auténticas, sino más bien construir una democracia
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«Radicalizar la democracia significa, ante todo, intensificar su tensión con
el capitalismo. Es un proceso muy conflictivo porque, como lo he dicho
antes, al inicio de este siglo, la democracia, al vencer aparentemente a sus
adversarios históricos, lejos de eliminarlos, lo que hizo fue cambiar los
términos de la lucha librada contra ellos. El campo de la lucha democrática
es hoy mucho más heterogéneo y, al contrario de lo que ocurriera en la
época de Mariátegui, es en su interior donde se enfrentan las fuerzas
fascistas y las fuerzas socialistas. Aquí reside uno de los grandes desafíos de
nuestro tiempo: ¿por cuánto tiempo y hasta que límite la lucha democrática
podrá contener estas fuerzas antagónicas? Tras la derrota histórica del
comunismo, las fuerzas socialistas explotaron al máximo las posibilidades
de la democracia, pues, ciertamente, no tenían otra alternativa. No puede
decirse lo mismo de las fuerzas fascistas. Es cierto que sobre ellas pesa
la derrota histórica del nacionalsocialismo pero no podemos olvidar que,
desde el punto de vista de la reproducción del capitalismo, el fascismo es
siempre una alternativa abierta. Esta alternativa se activará en el momento
que la democracia representativa se considere irremediablemente, y no solo
temporalmente, disfuncional. Por eso digo que hoy en día la democracia
progresista es una democracia tendencialmente revolucionaria. Es decir,
cuanto más significativas sean las victorias democráticas– cuanto más
eficaces sean las fuerzas socialistas en la lucha por una mayor redistribución
social y por la inclusión intercultural–, mayor es la probabilidad de que
el bloque capitalista recurra al uso de medios no democráticos, es decir,
fascistas, para recuperar el control del poder estatal. A partir de un cierto
momento, sin duda difícil de determinar en general, las fuerzas democráticas
–procapitalistas o prosocialistas– , si se mantienen únicamente en los límites
del marco institucional de la democracia, dejarán de poder hacer frente con
eficacia a las fuerzas fascistas. Tendrán que recurrir a la acción directa no
necesariamente legal y posiblemente violenta contra la propiedad –la vida
humana es un bien incondicional, quizás el único–» Santos, op. cit. p. 221.