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Cátedra de Coyuntura Internacional
Además, Cortina, pone de manifiesto en su obra
que toda democracia radical debe fundarse también en el
progreso o evolución de la ética (y en la moral individual)
y de allí el título de su libro «Ética aplicada y democracia
radical». En términos generales la autora se manifiesta de
acuerdo con las teorías sobre el desarrollo moral inspiradas
por los trabajos de Piaget, Kohlberg y Gilligan. Sostiene
que las diferencias en las posiciones de Kohlberg sobre
un desarrollo moral de la persona que transitan desde
lo preconvencional, convencional y postconvencional,
según el proceso de maduración de la persona y las de
Gilligan que tienen por referente la compasión y el cuidado
desde una perspectiva feminista no impide que sean
complementarias «porque no hay justicia sin compasión
por lo débil ni hay solidaridad si no es sobre las bases de
la justicia». Se añade que:
(…) la sociedad civil que necesitamos no es, pues, la que se
mueve por intereses particularistas como querrían autores
como el neoliberal Hayek, sino la que desde la familia,
la vecindad, la amistad, los movimientos sociales, los
grupos religiosos, las asociaciones movidas por intereses
universalistas, es capaz de generar energías de solidaridad
y justicia que quiebren los recelos de un mundo egoísta
y a la defensiva. Una sociedad semejante será imposible
sin una moral creciente de las personas que la componen,
moral que hoy se expresa en lo que, con mayor o menor
fortuna, se viene denominando como el auge de la «ética
aplicada»
(ibid.).
La radicalización de la democracia requiere entonces
más de la acción política de la acción comunicativa y de
la ética aplicada, entre otras razones porque –aunque la
acción política necesita también legitimarse y ser apoyada
por los ciudadanos/electores–, el objetivo principal de los
políticos es siempre la búsqueda y conservación del poder.
Existe una gran diferencia entre la racionalidad estratégica
y la racionalidad comunicativa propia del «mundo de la
vida» (la sociedad civil), ya que es en ésta de donde –y esto
habría que recordárselo constantemente tanto al poder
político como al poder económico– deriva la legitimidad de
los dirigentes.