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Cátedra de Coyuntura Internacional
sir Winston asegurando a los árabes que su gobierno «no
había pensado en ningún momento en la desaparición o la
subordinación de la población árabe, de su lengua y de su
cultura en Palestina»
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(Alem, ibid, p. 138).
Un punto de inflexión se produjo en 1929 con el
estallido de las violencias antijudías y varias matanzas
desatadas por un conflicto en los Lugares (triplemente)
Santos de Jerusalén que fueron contestadas por el poder
británico con varias ejecuciones. Una comisión enviada
redactó un segundo Libro Blanco (1930), entre cuyas
conclusiones destacaba la necesidad de poner coto a
la entrada de judíos, sobre todo por la insuficiencia del
territorio palestino para afrontar la inmigración prevista.
Esto movió (por primera vez las tornas cambiaban) a la
indignación de los líderes sionistas de la Agencia Judía
(creada en 1923 para dirigir la acción de los judíos en
Palestina) y Weizmann acusó a los británicos de violar
los términos del mandato (lo que era cierto, y motivó
el apaciguamiento del primer ministro, el laborista
McDonald). A partir de ahí todo fue empeorando y
enconándose, y es cuando debe situarse la aparición de la
primera organización armada judía, la Haganah, germen
del futuro, y eficiente, Ejército israelí. Las iras palestinas
siguieron creciendo, coincidiendo los nuevos incidentes
de 1933 con las alarmas procedentes de la victoria nazi
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La doblez británica produjo otro episodio destacado de humillación adicional y
duradera cuando, en 1925 y en el inhóspito interior de la península Arábiga,
Londres acabó desentendiéndose del hashemí Hussein, antes aliado, para
dejar el terreno libre al líder wahabí Abdelaziz Ibn-Saúd, pujante emir del
Nejd, que mientras tanto se había hecho fuerte apoyado por el Gobierno
británico de la India. El encumbramiento de la dinastía saudí quedó
refrendado tras aflorar petróleo en el área del golfo Pérsico y en Arabia Saudí
(1938) con el famoso encuentro entre Roosevelt e Ibn-Saúd en febrero de
1945 a bordo del crucero Quincy en aguas de Suez, y el «pacto de sangre»,
diluido en petróleo, que ahí quedó establecido hasta hoy. Con la liquidación
de la monarquía hashemí en Arabia (pero prolongada en Iraq y Transjordania
con los dos hijos de Hussein) se completa la serie de engaños y traiciones
de Gran Bretaña hacia los aliados árabes en la guerra contra los turcos,
optando por un líder político-militar que, a la vez, era la cabeza espiritual del
wahabismo, una rama integrista del Islam arábigo.