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Cátedra de Coyuntura Internacional
«No importa el cómo pero que funcione». Por otro lado,
es posible también notar el aparecimiento de sistemas en
los cuales las fronteras diseñadas en el modelo de Lupsha
evolucionan para generar una dinámica de Estado-mafioso,
categoría en la cual la distinción entre el Estado formal y el
Estado criminal es imposible de realizar.
Esta, por cierto, habría sido la dinámica consolidada
por la administración del ya extinto Partido Patriota
(Guatemala). Reconstruir la legalidad y consolidar la
democracia parece a todas luces un camino complicado de
no ser por la presencia de «súper-fiscalías anti-corrupción»
apoyadas por cooperación internacional o por la presencia
de actores particulares de la poliarquía que enarbolan
la bandera del combate a la corrupción. Pero son, en
realidad, procesos marginales y con poca capacidad de
institucionalizarse en la región.
Estos actores no estatales adquieren entonces
la capacidad no solamente para incidir dentro de una
territorialidad específica sino, en un conjunto determinado
de territorios. Rompen y traspasan las fronteras de
los débiles Estado-nación. Síntoma de esta situación
se presenta en la siguiente comparación. ¿Cuál es la
diferencia entre la capacidad de un consorcio empresarial
regional como Odebrecht para entablar líneas de corrupción
regionales y la capacidad de una trasnacional criminal como
el Cártel de Sinaloa para influir regionalmente en procesos
electorales? Me parece que poca. El soborno, la coima, la
compra-venta de voluntades y la redirección de la política
de Estado orientada ahora hacia intereses privados aplican
para ambos casos.
No parece entonces que el futuro de la región sea
promisorio. No podemos sino esperar quizá que en las
nuevas olas democratizadoras el vector de combate al
crimen organizado se transforme en un eje determinante
de la agenda.