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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

hacía una entrevista a un banquero durante la guerra de 

los Balcanes, recibió una llamada telefónica de uno de sus 

colegas diciendo que Serbia había unilateralmente decidido 

imprimir su propia moneda, permaneciendo fuera del dinar 

Yugoslavo. Poco después la federación yugoslava se disolvía 

de manera dramática. A medida de que el exministro polaco 

le recordaba a su homólogo alemán cómo gestionar crisis 

en tiempos de inflexibilidad política e intelectual, el destino 

de Yugoslavia nos hace recordar que el dinero no es solo 

un medio de pago, una unidad de cuenta o un depósito de 

valor, sino que posee también un valor simbólico. Simboliza 

la unión. Simboliza la confianza. En realidad, por supuesto, 

el dinero es solo papel sobre el cual añadimos un valor, pero 

en el caso de Europa, este está incrustado a una comunidad 

política que lo respalda. 

Si al final de todas las crisis, Grecia decide regresar al 

drachma, la separación griega no será tan dramática como 

en Yugoslavia. No lo creo. Pero la confianza en el Euro se 

perderá, y esto es una fractura que no tiene cura dentro una 

comunidad política tan frágil como lo es la Unión Europea. 

Los apologistas del Grexit están al tanto de las dolorosas 

consecuencias de una posible desintegración europea. Nadie 

lo niega, tal vez excepto algunos prestigiosos economistas 

norteamericanos que dicen predecir el futuro aduciendo que 

la permanencia de Grecia en la Unión Europea es peor que 

la salida (DW, 2015). El error acá es obviar el enorme daño 

que la salida de Grecia ocasionará al proyecto europeo. 

Como estudioso de procesos de integración, el 

proyecto europeo me parece un ejercicio milagroso basado 

en la confianza. No tiene fuerzas coercitivas internas, y su 

autoridad se basa en disposiciones voluntarias asumidas por 

un grupo de Estados (particularmente orgullosos, algunos 

de ellos, por ser de los más «viejos» del mundo y con un 

récord imbatible de guerras) que firman tratados y otras 

decisiones colectivas. Casi todos los Estados de Europa 

han aceptado estar bajo el mando de algunas decenas de 

burócratas en Bruselas y Frankfurt, y algunos jueces en 

Luxemburgo. Es una unión política y económica basada en