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Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
La menos realista era la presión para lograr la renuncia
del presidente, ya que la oposición estaba consciente de
su débil capacidad de movilización. Las otras vías tenían
el obstáculo de que, en una u otra forma, requerían de la
aquiescencia o al menos la neutralidad de alguno de los
demás poderes, y especialmente del electoral. Entre ellas
se planteó convocar a una Asamblea Nacional Constituyente
con poderes «originarios», como la creada por Chávez,
que condujera a una reforma constitucional que redujera
la duración del período presidencial, y, finalmente, la que
logró el consenso opositor, el referéndum revocatorio, sobre
todo porque era constitucionalmente válido y técnicamente
se podía realizar en el curso de 2016.
La importancia de realizarlo durante ese año era
que, al terminar los primeros cuatro años del período de
seis, un referéndum revocatorio, en lugar de producir
automáticamente la realización de elecciones, simplemente
transmite el poder al vicepresidente en ejercicio para que
complete el período. Dado que ese funcionario es designado
por libre voluntad del presidente, su gobierno no sería más
que una continuación del mandato del revocado.
¿Hasta qué punto era realista promover un
referéndum revocatorio que tenía que ser organizado por
el Consejo Nacional Electoral y supervisado legalmente
por el TSJ? La experiencia de las recientes elecciones, en
las que, a pesar del ventajismo del Gobierno, se había
obtenido una victoria creaba la ilusión de que el régimen,
con suficiente presión y movilización política, no iba a lograr
obstaculizar el proceso; pero una mayoría parlamentaria
era en fin de cuentas neutralizable, mientras que la pérdida
del poder ejecutivo habría significado el derrumbe de todo
el aparato de control sobre la sociedad que se había venido
perfeccionando en los años anteriores.
Desde los primeros pasos para la convocatoria,
el CNE puso innumerables obstáculos y excusas para
retardar el proceso. Basándose en oscuros reglamentos,