Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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jeres que denuncian a sus parejas maltratadoras, y le explican que
son narcotraficantes. La dificultad, según Cruz, es definir el grado de
peligrosidad que puede haber, o hasta que punto el hombre es parte
de las filas del narco, o simplemente se dedica al narcomenudeo y no
tiene demasiado poder. Lo curioso, es que Cruz recibe más denun-
cias de mujeres víctimas de parejas narco que de mujeres maltrata-
das por las pandillas.
Pero, dice Kepfer, en el caso de los hombres que maltratan a su
pareja no se puede generalizar. “Para ellos es una profesión, y ser
violentos puede ser parte de esto, pero no significará que lo sean con
su pareja, en otro espacio”.
En el caso de los Zetas y de otros carteles del narcotráfico, aún no
se detectan tantos asesinatos y venganzas directas contra mujeres,
como sí suceden en México, asegura Martínez Amador. En muchos
casos las muertes suceden porque ellas estaban en el lugar equivo-
cado cuando eliminarían a su acompañantes. Aunque hay cifras de
asesinatos relacionados con crimen organizado, aún no son lo sufici-
entemente rigurosas como para poder definir hasta que punto el nar-
cotráfico puede ser responsable de los índices de asesinatos y femicidio.
No es posible saber si la violencia contra ellas, si llegaran a participar más
activamente dentro de las organizaciones, pudiera agravarse.
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Hace dos horas que Alejandra acabó su café. Sigue pasando las páginas
de su vida de atrás para adelante y viceversa.
Ella soltó el gatillo. Dejó las drogas y habla de la educación de sus hijos
con ilusión, pero hay algo en su discurso que siempre la lleva a cargar
con una especie de fatalismo en el que presiente, a pesar de sus esfuerzos,
que en algún momento las va a pagar. No habla de tener miedo a la
justicia, a que la atrapen. Algunos de los delitos que ella asegura haber
cometido aún no han prescrito.