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/ De esclavas y de siervas: víctimas del crimen en Guatemala
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el 15 de mayo de 2011, el comandante W se puso furioso, al borde
de las lágrimas. Sucedió lo mismo con el asesinato del fiscal del Min-
isterio Público, Allan Stowlinsky Vidaurre.
Allí fue cuando Carmen dimensionó en dónde estaba metida. Sintió
rabia, una rabia profunda cuando aquello sucedió.
-La matacinga en Los Cocos… Yo no los conocía, pero eran mis
paisanos. Como cuando asesinaron al fiscal; eso fue horrible.
Para ella, los culpables son otros. Son los que nacieron zetas, los zetas
de corazón. Hasta antes de eso, la empresa era cualquier empresa.
O más bien, una empresa admirablemente ordenada. Fue con esos
hechos sanguinarios los que le hicieron querer salir, pero temió.
-El que entra a la empresa es para siempre- le dijeron a Ana.
Hablan de su participación con el grupo delictivo como si de una
experiencia laboral se tratara. Eso sí, todas reconocen que salir o
intentar salir no era una buena idea. Esas sutiles armas del poder y
del miedo.
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Ninguna se considera víctima. Asumen su responsabilidad y los re-
sultados de sus decisiones. Funciona de tal manera que le bajan el
volumen, suavizan el hecho de que es probable que si se retiran de
la empresa o de la organización las maten a ellas o a su familia. Eso
sí, cuentan con rencores sin curar, cuando les ha tocado trabajar con
algún comandante que, a diferencia de lo que dicen de W, no con-
siderara las mismas directrices de respeto del líder.
Ya se ha dicho, la organización de los Zetas, fundada por ex inte-
grantes de los grupos élite de los ejércitos de México y Guatemala,