Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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cuestro y trata de personas. Pero se van llenando espacios. Como
en las pandillas –salvando las distancias sociales y estructurales que
diferencian a una organización de otra-, el narcotráfico se apr-
ovecha del imaginario de la mujer inofensiva. Ellas no son las sos-
pechosas.
Sin embargo, en el caso de los Zetas, a diferencia de las pandillas
que reclutan a mujeres muy jóvenes y de baja escolaridad, es po-
sible que esta organización busque otro perfil: Mujeres entre veinte
y cuarenta, con estudios. Mariela, por ejemplo, tiene titulo univer-
sitario y tuvo experiencia en empresas grandes de la capital.
-¡Qué vergüenza, Dios mío!- dice cuando describe el círculo del
que viene, un colegio privado de prestigio, la universidad privada,
también, y los trabajos en firmas reconocidas.
Mariela se ha encargado de realizar tareas logísticas. Mariela
cayó, como afirma Liliana –desde su experiencia de cinco años en
prisión- como cae el 70 por ciento de las mujeres en actos delictivos:
por amor. Ella estuvo casada con un narcotraficante, se separaron,
pero el grado de confianza que él tenía en ella lo llevó a encargarle
tareas. Una profunda depresión, y una serie de sucesos que no se
mencionan aquí para evitar que sea reconocida; la acercaron a los
de la letra.
Sí, dice Martínez, estructuras de esas dimensiones requieren de
gente preparada, que realice esos negocios trasnacionales. “Su fin
es la legalidad, a diferencia de las pandillas, el interés último es la
generación de dinero y entrar a la legalidad, lavar. Las mujeres les
pueden servir de halcones, para dar avisos y advertir para que el
camino sea expedito, pero también requieren de personas prepara-
das, las mujeres perfectamente pueden llegar subir en la pirámide
del poder”.