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/ De esclavas y de siervas: víctimas del crimen en Guatemala

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dice una. “La empresa es demasiado grande, muy grande, esto no se 
acaba”, dice la otra.

Para ellas no son los Zetas: Es la Empresa, es la Organización, es la Le-
tra. Para ellas están los que nacieron Zetas, de quienes hablan con cierto 
respeto, temor, admiración, y por otro lado están los que por alguna cir-
cunstancia llegaron a trabajar allí. No saben explicar quiénes son los que 
nacieron bajo el nombre de la última letra, pero dejan entrever que son 
los que quizás dan la vida y matan por ésta: Los violentos. A las mujeres, 
cada una en diferente circunstancia, les interesa dejar claro que pertene-
cen o pertenecían a la facción “administrativa”; guardan cierto recelo 
con la “operativa”.

Ana es Zeta, fue Zeta, intenta dejar a los Zetas. Ana dice “ya se me va a 
pasar”, como si de un enamoramiento o de una enfermedad se tratara. 
Ana no niega los cargos que la llevaron a prisión, se introduce en su 
propia historia, una historia que “es como para un libro”, dice orgullosa. 
Agrega, con lujo de detalles una serie de anécdotas que bien le podrían 
cargar más años en la cárcel. Una mezcla de admiración y temor, de 
orgullo y vergüenza.

El tiempo en prisión, quizás, le ha dado tiempo para auto psicoanali-
zarse. Tiene claro el diagnóstico.

-Yo tuve un hogar integrado, mis papas están juntos, cuando 
nací mi papa quería que yo fuera varón, yo soy la mayor, me 
maltrataba mucho, verbal y físicamente. Le van gritando a uno, 
“no servís para nada, sos una mierda, sos la vergüenza de tu 
clase, sos una huevona”. Uno va creciendo y le van inyectando 
resentimiento.

No pretende dar lástima, intenta explicar por qué llegó “poco a 
poco” a involucrarse en la estructura de los Zetas.