Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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Lilian era campeona de fitness. Participó en concursos internacionales.
Su novio, en ese entonces, la convenció de que aquella era una buena
idea, se independizaría de su trabajo como instructora en gimnasios
ajenos. Salió con una maleta llena y fue capturada en el primer puesto
de registro del aeropuerto en Guatemala. Lilian ha aprovechado el
encierro para dar cursos de aeróbicos, organizar a las reclusas para
pintar las paredes, organizar los concursos de belleza, en fin, no se
ha dado tiempo para la claustrofobia. Ella fue el último eslabón de la
cadena del tráfico, tanto así que asegura: “yo no he pertenecido al cri-
men organizado”. Se excusa, le interesará hablar cuando sean temas
sobre el sistema carcelario, la vida en prisión o el trabajo que realizan
las reclusas. Del crimen organizado no tiene nada que decir.
Ahora Lilian se encarga de dar un voto de confianza a la entrevista-
dora. Ana ve con recelo; no está convencida.
-Aún no sé como titularé, es lo último que hago cuando escribo. Te
mentiría si te digo un título ahora.
Acepta. Con la consigna repetida: sin fotos, sin nombre.
Otra vez, sin fotos, sin nombre. Ana y dos mujeres más que
pertenecieron al grupo organizado de narcotráfico de los Zetas,
Mariela y Carmen –ambas con nombres ficticios- contaron su his-
toria a finales de julio, antes de que en México las estructuras del
grupo de los Zetas siguiera fracturándose. Ellas se mostraban confusas
respecto al futuro de la organización que entró a Guatemala en 2005 y
se encargó de desplazar y en algunos casos eliminar a los tradicionales
carteles de familias guatemaltecas. Con una serie de asesinatos y capturas
en México y Guatemala, van saliendo a luz las piezas de un rompeca-
bezas que parece que todos se encargan de armar un poco con los ojos
vendados.
No hay un consenso sobre el futuro de la organización para dos de las
entrevistadas: “Pareciera que esto ya se acabó, todos están cayendo”,