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/ De esclavas y de siervas: víctimas del crimen en Guatemala
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de esos días y lo que aún dicen los del Barrio 18 es que la Mara Sal-
vatrucha atacó. Rompieron un pacto de no agresión en las cárceles.
En el patio de la cárcel explotó una granada y en otros seis presidios
del país se replicó el caos. 35 muertos, 80 heridos, siete prisiones en
batalla campal.
“Un motín” dijo la prensa. Óscar Berger, presidente de Guatemala,
lamentó la pérdida de vidas humanas, pero se alegró de que “no
haya habido fugas”. Carlos Vielmann, el ministro de Gobernación,
lo definió como “enfrentamientos entre pandillas”. (Vielmann está
en prisión actualmente en España, acusado por la Comisión Inter-
nacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) de haber
planificado el asesinato de siete reclusos en la cárcel más grande del
país en 2006).
Hasta aquel 15 de agosto había un acuerdo tácito, casi un pacto
de caballeros. El convenio era no atacarse mutuamente en prisión.
Otra de las cláusulas, según dicen, era “no se ataca, no se balea a los
pandilleros que vayan acompañados por una mujer”. Ellas, las pare-
jas, madres, hermanas y sí, también las pandilleras, que poco a poco
habían ido entrando a las filas, quedaban relativamente resguardas.
Pero se rompió el Sur, y además de masacrarse en prisión, la cláusula
de que las mujeres estaban protegidas también se quebró.
Había una especie de ética pandillera. Emilio Goubaud, investiga-
dor con décadas de experiencia en el trabajo con ex pandilleros y
jóvenes en situación de riesgo, asegura que el rompimiento del Sur
es un parteaguas en la relación de las mujeres y las pandillas:
-Si un hombre mataba a una chava o la violaba, la misma clica lo
ejecutaba al día siguiente. La mujer era intocable. Estuve un par
de veces en mítines con ellos, y tres cuatro mujeres en medio de 25
chavos y dormían juntos y nadie las tocaba, prohibidísimo. La mu-
jer era sagrada en la pandilla. Incluso todavía, en algunas clicas se