Alejandra Gutiérrez Valdizán /

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sido permitir y buscar la participación de las mujeres  en las tareas 
delictivas. Como apoyo, como carne de cañón, como colaboradoras, 
como la leal compañera, como figuras más discretas frente a las au-
toridades. Pese al sistema patriarcal que define a las organizaciones, 
las mujeres van subiendo posiciones. Pero, en la mayoría de casos 
ellas se quedan en la última de ellas; son el último eslabón. Ellas son 
quienes caen primero.

El espejo roto

Lleva los audífonos puestos, conectados al celular, le habla al peque-
ño micrófono. Ve de izquierda a derecha y hace señal de que pronto 
terminará la llamada. No sonríe demasiado, usa pantalón y camiseta 
un poco masculinos, suavizados con pulseras y collares de colores.

Ella fue sicaria,  fue drogadicta,  de ella abusaron sexualmente cu-
ando era una niña, hizo trabajos secretariales en un multidisciplinar 
despacho del centro de la  capital en el que se coordinaba todo tipo 
de negocios –desde trámites burocráticos , hasta narcomenudeo y 
servicios de explotación sexual-, estuvo a punto de ser violada por 
unos policías cuando la detuvieron por llevar droga encima. Ella 
perteneció a las maras -ahora con la distancia “las inocentes maras”-, 
también ha visto cómo muchos en su barrio se quedaron para par-
ticipar en la transformación a pandillas; también los ha visto morir. 
Logró escurrirse de la posibilidad de permanecer cuando los grupos 
de jóvenes revoltosos empezaron a tomar el impulso violento.

Ella, con rabia, apretó el gatillo y  volvió a la escena del crimen. Se 
introdujo por los pasillos de un hospital e inyectó alguna sustancia 
en el suero de un hombre para terminar de matarlo. Ella mezcla 
sus historias criminales, con sufridas y fracasadas historias de amor. 
Habla de aquel hombre que la abandonó y luego explica cómo apre-
ndió a picar la coca –aún hace la mímica- para dejarla convertida en