Alejandra Gutiérrez Valdizán /
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Ya lo ha comentado Yanira Tobar en Ciudad de Guatemala: las traba-
jadoras sexuales van perdiendo su valor conforme pasan los años, a los
30 o 35 son ya viejas y no sirven. “Somos como los zapatos”, dijo Tobar,
“nos vamos gastando”.
Mariana, la hondureña, dobla servilletas con el ruido del ventilador de fon-
do. Le interesa distinguir que el local que ella administra –el propietario es
también el dueño de una abarrotería en la esquina- no es como los
que están calle arriba, vía arriba. En esos lugares hay habitaciones
escondidas a la vuelta de la calle o en los traspatios y sí, asegura
“tienen muchas centroamericanas menores de edad”.
Dicen que allí, en Tecún Umán, en la frontera, pasa algo. Pero, así
a simple vista todo parece tranquilo. En la estación de la Policía Na-
cional Civil hay una pizarra con los “eventos” positivos y negativos
del año (positivos, las capturas; negativos, los delitos o crímenes). En
las ordenadas columnas predominan los accidentes viales y las riñas,
y tres o cuatro asesinatos en el año. En la pizarra no se contempla el
delito de trata o de explotación sexual. La agente policial, sentada
frente a una computadora no sabe contestar el por qué. Sí, hacen
recorridos por el pueblo, sí los fines de semana hacen rondas por la
calle de las cantinas, pero básicamente para supervisar que no haya
peleas entre los parroquianos.
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La Casa del Migrante en Tecún Umán es una edificación sólida, or-
denada, pintada de azul, con árboles y un mural que narra la travesía
del migrante: un árbol con las raíces arrancadas.
El sacerdote brasileño Ademar Barilli es el director. Barilli es crítico
con la prensa, con los académicos que después de un par de días de
encuestas hacen un libro exponiendo el fenómeno de la migración.